
Este libro ha sido escrito
para gentes de cualquier creencia, religiosa o no-religiosa. No puedo
ocultar a mis lectores, sin embargo, el hecho de que yo soy sacerdote
de la Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradiciones
místicas no-cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido
profundamente. A pesar de lo cual, nunca he dejado de volver a mi Iglesia,
que es mi verdadero hogar espiritual; y aunque me doy perfecta cuenta
(a veces con auténtico asombro) de sus limitaciones y de su ocasional
estrechez, también soy perfectamente consciente de que ha sido ella
la que me ha formado, me ha moldeado y ha hecho de mí lo que soy. Por
eso es a ella, mi Madre y Maestra, a quien deseo dedicar amorosamente
este libro.
A todo el mundo le gustan
los cuentos, y son precisamente cuentos -y en abundancia- lo que el
lector hallará en este libro: cuentos budistas, cuentos cristianos,
cuentos Zen, cuentos asideos, cuentos rusos, cuentos chinos, cuentos
hindúes, cuentos Sufí, cuentos antiguos y modernos.
Estos cuentos poseen
todos ellos, sin embargo, una peculiar característica: si se leen de
una determinada manera, ocasionan un verdadero crecimiento espiritual.
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CÓMO
LEER ESTOS CUENTOS
Hay tres modos de hacerlo:
1. Leer un cuento una
sola vez y pasar al siguiente. Este modo de leer sirve únicamente de
entretenimiento.
2. Leer un cuento dos
veces, reflexionar sobre él y aplicarlo a la propia vida. Es una especie
de teología que puede practicarse con bastante provecho en grupos pequeños
en los que cada miembro comparte con los demás las reflexiones que el
cuento le ha suscitado. Lo que se origina entonces es un círculo teológico.
3. Volver a leer el
cuento, después de haber reflexionado sobre él. Crear un silencio interior
y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno.
Un significado que va mucho más allá de las palabras y las reflexiones.
Esto lleva progresivamente a adquirir una especie de sensibilidad para
lo místico.
También se puede tener
presente el cuento durante todo el día y dejar que su fragancia o su
melodía le ronde a uno. Es preciso dejar hablar al corazón, no al cerebro.
De este modo también se hace tino una especie de místico. Y es precisamente
con esta finalidad mística con la que han sido escritos la mayoría de
estos cuentos.
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ADVERTENCIA:
La mayor parte de los cuentos van acompañados de
un comentario, el cual no pretende ser sino un ejemplo del tipo de
comentario que cada cual puede hacer. Haga el lector sus propios comentarios,
sin conformarse con los que ofrece el libro, porque éstos muchas veces'
evidenciarán su carácter limitativo y, en ocasiones, hasta engañoso.
¡Cuidado con aplicar
el cuento a cualquier persona (un sacerdote, un vecino, la misma Iglesia)
que no sea uno mismo! Si así se hace, el cuento será espiritualmente
dañoso. Cada uno de estos cuentos tiene que ver con uno mismo, no con
cualquier otra persona.
Si se lee el libro por
primera vez, léanse los cuentos en el orden en que están. Dicho orden
pretende comunicar una enseñanza v un espíritu que pueden perderse si
se leen los cuentos al azar.
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GLOSARIO:
Teología: El arte de
narrar cuentos acerca de lo divino. También, el arte de escuchar dichos
cuentos.
Misticismo: El arte
de gustar y sentir en el corazón el significado interno de dichos cuentos,
hasta el punto de ser transformado por ellos.
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COME
TÚ MISMO LA FRUTA
En
cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas
historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te
gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?».
Nadie puede descubrir
tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.
UNA
VITAL DIFERENCIA
Le
preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: «¿Qué es lo que la Gracia te ha
dado?». Y les respondió:
«Cuando me despierto
por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la
noche».
Le volvieron a
preguntar:
«Pero esto ¿no lo saben
todos los hombres?». Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten».
Jamás se ha
emborrachado nadie a base de comprender intelectualmente la palabra VINO.
EL
CANTO DEL PAJARO
Los discípulos tenían
multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el Maestro:
«Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca
de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una
distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron
perplejos: «Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?».
«¿Y por qué canta el
pájaro?», respondió el Maestro.
El pájaro no canta porque
tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.
Las palabras del alumno
tienen que ser entendidas. Las del Maestro no tienen que serlo. Tan
sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento
en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan
en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento.
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EL
AGUIJÓN
Hubo un santo que
tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas.
Se acercó a una que
parecía más enterada y le preguntó: «¿Cómo es el Todopoderoso? ¿Se parece de
algún modo a las hormigas?».
La docta hormiga le
respondió: «¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas, como puedes ver,
tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos».
Escena sugerida por
el anterior cuento:
Cuando se le preguntó
cómo era el cielo, la sabia hormiga replicó solemnemente: «Allí seremos igual
que Él, con dos aguijones cada uno, aunque más pequeños».
Existe una fuerte
controversia entre las distintas escuelas de pensamiento religioso acerca de
dónde exactamente se hallará ubicado el segundo aguijón en el cuerpo glorioso
de la hormiga.
EL
ELEFANTE Y LA RATA
Se hallaba un elefante
bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando,
de pronto, se presentó una rata y se puso a insistir en que el elefante
saliera del agua.
«No quiero», decía el
elefante. «Estoy disfrutando y me niego a ser molestado».
«Insisto en que salgas
ahora mismo», le dijo la rata.
«¿Por
qué?», preguntó el elefante.
«No te lo diré hasta
que hayas salido de ahí», le respondió la rata.
«Entonces no pienso
salir», dijo el elefante.
Pero, al final, se dio
por vencido. Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la rata y
dijo:
«Está bien; ¿para qué
querías que saliera del agua?».
«Para comprobar si te
habías puesto mi bañador», le respondió la rata.
Es infinitamente más
fácil para un elefante ponerse el bañador de una rata que para Dios
acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él.
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LA
PALOMA REAL
Nasruddin llegó a ser
primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio,
vio por primera vez en su vida un halcón real.
Hasta entonces,
Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas
tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.
«Ahora pareces un
pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».
¡Ay de las gentes
religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada
que aprender de las personas con las que hablan!
EL
MONO QUE SALVO A UN PEZ
«¿Qué demonios estás
haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo
en la rama de un árbol.
«Estoy salvándole de
perecer ahogado», me respondió.
Lo que para uno es
comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho.
SAL Y
ALGODÓN EN EL RÍO
Llevaba Nasruddin una
carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió.
Al alcanzar la otra
orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su
carga.
Pero Nasruddin estaba
enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado Nasruddin cubrió los
sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa
del exceso de peso. «¡Tranquilízate!», dijo alborozado Nasruddin. «¡Esto te
enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!».
Dos hombres se
aventuraron en la religión. Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó.
LA
BÚSQUEDA DEL ASNO
Todo el mundo se
asustó al ver al Mullah Nasruddin recorrer apresuradamente las calles
de la aldea, montado en su asno.
«¿Adónde vas, Mullah?,
le preguntaban. «Estoy buscando a mi asno», respondía Nasruddin al pasar.
En cierta ocasión vieron
a Rinzai, el Maestro de Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que
se rieran mucho sus más estúpidos discípulos.
¡Llega uno a encontrarse
con gente seriamente dedicada a buscar a Dios!
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LA
VERDADERA ESPIRITUALIDAD
Le preguntaron al
Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?».
«La
espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su
transformación interior».
«Pero si yo aplico
los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso
espiritualidad?».
«No será
espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta
si no te da calor».
«¿De modo que la
espiritualidad cambia?».
«Las personas cambian,
y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad
ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la
constancia escrita de métodos pasados».
Hay que cortar la
chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, v no al revés.
EL
PEQUEÑO PEZ
«Usted perdone», le
dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo
y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar
eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».
«El Océano», respondió
el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto
no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven
pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar
en otra parte.
Se acercó al Maestro,
vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He
estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo
en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de
los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios
y en las chozas de los pobres».
«¿Y lo has encontrado?»,
le preguntó el Maestro.
«Sería un engreído y
un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».
¿Qué podía responderle
el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de
luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior,
sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar
ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando
que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía
sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba
buscándolo.
Al cabo de un rato,
decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a
otra parte.
Deja de buscar, pequeño
pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir
tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.
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¿HAS OÍDO EL CANTO DE
ESE PÁJARO?
Los hindúes han
creado una encantadora m24imn para describir la relación entre Dios y su
Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza.
La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible
con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y
llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja
de existir.
En su búsqueda
de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado.
Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo
pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando,
filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda
silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja
marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira.
Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al
Bailarín en persona.
El discípulo se
quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto
último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban,
oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto
de ese pájaro?», le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el
discípulo.
«Bien; ahora ya sabes
que no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió. el
discípulo.
Si realmente has oído
cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más
allá de las palabras y los conceptos).
¿Qué dices? ¿Que has
oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo
que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un
árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro,
entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de
muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
¡PUEDO CORTAR MADERA!
Cuando el Maestro de
Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo:
«¡Oh, prodigio maravilloso:
Puedo cortar madera y sacar agua del pozo!».
Para la mayoría
de la gente no tienen nada de prodigioso actividades tan prosaicas
como sacar agua de un pozo o cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación,
en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es
que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un
árbol; la gente no es distinta de como era antes; y lo mismo sucede
con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser
tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes.
Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas
las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello.
Y el corazón se llena de asombro.
Esta es la esencia de
la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se diferencia
del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el contemplativo
iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación
se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro
o una puesta de sol) produce un placer estético, mientras que la contemplación
produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta
de sol o una simple piedra.
Y ésta es prerrogativa
del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra
tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.
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LOS
BAMBÚES
Nuestro perro,
Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente,
los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a
un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte
consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento
que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que
comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde
iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto
jamás.
Tal vez tú mismo
hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado
completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena
como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive
totalmente en el presente.
Y un requerimiento
absolutamente esencial, por increíble qué parezca: Abandona todo pensamiento
acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo
pensamiento toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se
produce.
Después de años de
entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación.
El maestro
le condujo a un
bosquecillo de bambúes y le dijo: «Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel
otro, qué corto es».
Y en aquel mismo
momento el discípulo recibió la iluminación.
Dicen que Buda
intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina
de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar
la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un
árbol que le dicen 'bodhi' y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió
el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que 'pueden parecer
enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus
pensamientos: «Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes
de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente,
sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis
ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de
que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente». Conciencia.
Atención. Absorción. Nada más.
Esta forma de
quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes tienen fácil
acceso al Reino de los Cielos.
CONSCIENCIA CONSTANTE
Ningún
alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con
su Maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje,
Tenno se convirtió en maestro.
Un día fue a visitar
a su Maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno llevaba
chanclos de madera y portaba un paraguas.
Cuando Tenno llegó,
Nan-in le dijo: «Has dejado tus chanclos y tu paraguas a la entrada,
¿no es así?
Pues bien: ¿puedes decirme
si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los chanclos?».
Tenno no supo responder
y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de
practicar la Conciencia Constante. De modo que se hizo alumno de Nan-in
y estudió otros diez años hasta obtener la Conciencia Constante.
El hombre que es constantemente
consciente, el hombre que está totalmente presente en cada momento:
ése es el Maestro.
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LA
SANTIDAD EN EL INSTANTE PRESENTE
Le preguntaron en
cierta ocasión a Buda: «¿Quién es un hombre santo?». Y Buda respondió: «Cada
hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de
fracciones. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente
presente en cada fracción de «segundo».
El
guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo.
Aquella noche no podía conciliar el sueño, porque estaba convencido de que a la
mañana siguiente habrían de torturarle cruelmente.
Entonces recordó las
palabras de su Maestro Zen: «El mañana no es real. La única realidad es el
presente». De modo que volvió al presente... y se quedó dormido.
El hombre en el que
el futuro ha perdido su influencia se parece a los pájaros del cielo y a los
lirios del campo. Fuera preocupaciones por el mañana. Vivir totalmente en el
presente: He ahí al hombre santo.
LAS
CAMPANAS DEL TEMPLO
El templo había estado
sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas.
Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del
mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas
del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba
a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los
siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y
sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían
repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría
oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas,
decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en
la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado
el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que
oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos
los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto
de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía
inundar el universo.
Persistió en su empeño
durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar
a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las
campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado
de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras...
para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo,
no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento.
Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados
a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la
leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último
día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par
decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió
en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel
día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario,
se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido
realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido
que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio
que producía en su corazón...
¡Y
en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido
por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las
mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón
se vio transportado de asombro y de alegría.
Si deseas escuchar las
campanas del templo, escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios,
mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella.
Simplemente, mírala.
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LA
PALABRA HECHA CARNE
En el Evangelio de
San Juan leemos:
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Mediante ella se hizo todo;
sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser
estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en
las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado.
Fíjate en las
tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa
silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la
Palabra.
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros...
Resulta penoso
comprobar los denodados esfuerzos de quienes tratan de convertir de nuevo la
carne en palabra. Palabras, palabras, palabras...
EL
HOMBRE ÍDOLO
Una antigua historia
hindú:
Érase
una vez un mercader que naufragó y fue arrastrado hasta las costas de
Ceylán, donde Vibhishana era el rey de los monstruos. El mercader fue
llevado a presencia del rey. Al verle, Vibhishana quedó extasiado de
gozo y dijo: «¡Ah, cómo se parece a mi Rama. Es idéntico a él!». Entonces
cubrió al mercader de ricos vestidos y joyas y le adoró.
Dice el místico
hindú Ramakrishna: «La primera vez que escuché esta historia sentí una
alegría indescriptible. Si a Dios se le puede adorar a través de una
m24imn de barro, ¿por qué no se le va a Poder adorar a través del hombre?
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BUSCAR
EN LUGAR EQUIVOCADO
Un vecino encontró a
Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas buscando,
Mullab?».
«Mi llave. La he
perdido».
Y arrodillados los
dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino:
«¿Dónde la perdiste?». «En casa».
«¡Santo Dios! Y
entonces, ¿por qué la buscas aquí?».
«Porque aquí hay más
luz».
¿De qué vale buscar a
Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?
LA
PREGUNTA
Preguntaba el monje:
«Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas... ¿de
dónde vienen?
Y preguntó el Maestro:
«¿Y de dónde viene tu pregunta?».
¡Busca en tu interior!
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FABRICANTES
DE ETIQUETAS
La vida es como una
botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros
prefieren probar su contenido.
En cierta ocasión
mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de
ella.
Ellos estuvieron un
rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una
conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una
parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.
¡Fabricantes de
etiquetas!
Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada.
Sólo él la había visto.
¡Si tan sólo pudiera
probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... ! Pero ¡ay! ¡No tengo
tiempo!
Estoy demasiado
ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero
ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
LA
FÓRMULA
El místico regresó del
desierto. «Cuéntanos», le dijeron con avidez, «¿cómo es Dios?».
Pero ¿cómo podría él
expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo
de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una
fórmula -inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que alguno
de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar
por sí mismo lo que él había experimentado. Ellos aprendieron la fórmula
y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como
si se tratara de un dogma. Incluso se tomaran el esfuerzo de difundirla
en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y el místico quedó triste.
Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada.
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EL
EXPLORADOR
El explorador había
regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del
Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había
inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y
escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su
corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su
canoa por las inciertas aguas del río?
Y
les dijo: «Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a
la experiencia personales». Pero, para orientarles, les hizo un mapa del
Amazonas.
Ellos tomaron el mapa
y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y
todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no
conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y
dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?
El explorador se
lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no
haberlo hecho.
Cuentan que Buda se
negaba resueltamente a hablar de Dios. Probablemente sabía los peligros de
hacer mapas para expertos en potencia.
TOMÁS DE AQUINO DEJA
DE ESCRIBIR
Cuentan las crónicas
que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia,
hacia el final de su vida dejó de Pronto de escribir. Cuando su secretario
se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó:
«Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté
algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir.
En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como
si no fuera más que paja».
¿Cómo puede ser de otra
manera cuando el intelectual se hace místico?
Cuando
el místico bajó de la montaña se le acercó. el ateo, el cual le dijo
con aire sarcástico:
«¿Qué nos has traído
del jardín de las delicias en el que has estado?».
Y el místico 'le respondió:
«En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para, a mi
regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de
tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta
me olvidé del faldón».
Los Maestros de Zen
lo expresan más concisamente: «El que sabe no habla. El que habla no
sabe».
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EL ESCOZOR DEL
DERVICHE.
Estaba pacíficamente
sentado un derviche a la orilla de un río cuando un transeúnte que pasó por
allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo, no pudo resistir la
tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe
había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se
levantó
para devolverle el
golpe.
«Espera un momento»,
dijo el agresor. «Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero
a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano
o tu cuello?
Y replicó el
derviche: «Respóndete tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú
puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo».
Cuando se
experimenta lo divino, se reducen considerablemente las ganas de teorizar.
UNA
NOTA DE SABIDURÍA
Nadie supo lo que fue
de Kakua después de que éste abandonara la presencia del Emperador.
Sencillamente, desapareció.
He aquí la historia:
Kakua fue el primer
japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que
hacía era meditar asiduamente.
Cuando la gente le encontraba
y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba
a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarle.
Cuando Kakua regresó
al Japón, el Emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de
que predicara Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó en
silencio frente al Emperador. Entonces sacó una flauta de entre los
pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo
una profunda inclinación ante el rey y desapareció.
Dice Confucio: «No enseñar
a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre.
Enseñar a quien no está dispuesto a aprender es malgastar las palabras».
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¿QUE ESTÁS DICIENDO?
El Maestro imprime su
sabiduría en el corazón de sus discípulos, no en las páginas de un libro. El
discípulo habrá de llevar oculta en su corazón esta sabiduría durante treinta o
cuarenta años, hasta encontrar a alguien capaz de recibirla. Tal era la
tradición del Zen.
El Maestro Zen Mu-nan
sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día le hizo
llamar y le dijo: «Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir
estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a
Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas
que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi
sucesor».
«Harías
mejor en guardarte el libro», replicó Shoju. «Tú me transmitiste el Zen sin
necesidad de palabras escritas y. seré muy dichoso de conservarlo de este
modo». «Lo sé, lo sé ...» dijo con paciencia Mu-nan. «Pero aun así el libro ha
servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que
tómalo y consérvalo».
Se hallaban los dos
hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el
libro, lo arrojó al fuego.
No
le apetecían nada las palabras escritas. Mu-nan; a quien nadie había visto
jamás enfadado, gritó: «¿Qué disparate estás haciendo?».
Y Shoju le replicó:
«¿Qué disparate estás diciendo?».
El Guru habla con
autoridad de lo que él mismo ha experimentado. Nunca cita un libro.
EL
DIABLO Y SU AMIGO
En cierta ocasión salió
el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre
que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo.
«¿Qué busca ese hombre?»,
le preguntó al diablo su amigo.
«Un trozo de Verdad»,
respondió el diablo.
«¿Y eso no te inquieta?»,
volvió a preguntar el amigo.
«Ni lo más mínimo»,
respondió el diablo. «Le permitiré que haga de ello una creencia religiosa».
Una creencia religiosa
es como un poste indicador que señala el camino hacia la Verdad. Pero
las personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas
de avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que
va la poseen.
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NASRUDDIN
HA MUERTO
Se hallaba en cierta
ocasión Nasruddin -que tenía su día filosófico- reflexionando en alta voz:
«Vida y muerte... ¿quién puede decir lo que son?». Su mujer, que estaba
trabajando en la cocina le oyó y dijo:
«Los hombres sois
todos iguales, absolutamente estúpidos. Todo el mundo sabe que cuando las
extremidades de un hombre están rígidas y frías, ese hombre está muerto».
Nasruddin quedó
impresionado por la sabiduría práctica de su mujer. Cuando, en otra ocasión, se
vio sorprendido por la nieve, sintió cómo sus manos y sus pies se congelaban y
se entumecían. «Sin duda estoy muerto», pensó. Pero otro pensamiento le asaltó
de pronto: «¿Y qué hago yo paseando, si estoy muerto? Debería estar tendido,
como cualquier muerto respetable». Y esto fue lo que hizo.
Una hora después,
unas personas que iban de viaje pasaron por allí y, al verle tendido junto al
camino, se pusieron a discutir si aquel hombre estaba vivo o muerto. Nasruddin
deseaba con toda su alma gritar y decirles: «Estáis locos. ¿No veis que estoy
muerto? ¿No veis que mis extremidades están frías y rígidas?». Pero se dio
cuenta de que los muertos 'no deben hablar. De modo que refrenó su lengua.
Por fin, los viajeros
decidieron que el hombre estaba muerto y cargaron sobre sus hombros el cadáver para
llevarlo al cementerio y enterrarlo. No habían recorrido aún mucha distancia
cuando llegaron a una bifurcación. Una nueva disputa surgió entre ellos acerca
de cuál sería el camino del cementerio. Nasruddin aguantó cuanto pudo, pero al
fin no fue capaz de contenerse y dijo: «Perdón, caballeros, pero, el camino que
lleva al cementerio es el de la izquierda. Ya sé que se supone que los muertos
no deben hablar, pero he roto la norma sólo por esta vez y les aseguro que no
volveré a decir una palabra».
Cuando la
realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale perdiendo es
la realidad.
HUESOS
PARA PROBAR NUESTRA FE
Un intelectual cristiano
que consideraba que la Biblia es literalmente verdadera hasta en sus
menores detalles, fue abordado en cierta ocasión por un colega que le
dijo: «Según la Biblia, la tierra fue creada hace cinco mil años aproximadamente.
Pero se han descubierto huesos que demuestran que la vida ha existido
en este planeta durante centenares de miles de años».
La respuesta no se hizo
esperar: «Cuando Dios creó la tierra, hace cinco mil años, puso a propósito
esos huesos en la tierra para comprobar si daríamos más crédito a las
afirmaciones de los científicos que a su sagrada Palabra».
Una prueba más
de que las creencias rígidas conducen a distorsionar la realidad.
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POR
QUÉ MUEREN LAS PERSONAS BUENAS
El predicador de la
aldea se hallaba visitando la casa de un anciano feligrés y, mientras tomaba
una taza de café, respondía las preguntas que la abuela no dejaba de hacerle.
«¡Por
qué el Señor nos envía epidemias tan a menudo?», preguntaba la anciana.
«Bien...», respondía el predicador, «a veces hay personas tan malas que es
preciso eliminarlas, y por ello el Señor permite las epidemias».
«Pero», objetó la
abuela «entonces, ¿por qué son eliminadas tantas buenas personas junto con las
malas?».
«Las
buenas personas son llamadas como testigos», explicó el predicador. «El Señor
quiere que todas las almas tengan un juicio justo».
No hay absolutamente
nada para lo que el creyente inflexible no encuentre explicación.
EL
MAESTRO NO SABE
El 'indagador' se
acercó respetuosamente al 'discípulo' y le preguntó «¿Cuál es el sentido de la
vida humana?».
El 'discípulo'
consultó las palabras escritas de su 'maestro' y, lleno de confianza, respondió
con las palabras del propio 'maestro': «La vida humana no es sino la expresión
de la exuberancia de Dios».
Cuando el 'indagador'
se encontró con el 'maestro' en persona, le hizo la misma pregunta; y el
'maestro' le dijo:
«No lo sé».
El 'indagador' dice:
«No lo sé». Lo cual exige honradez.
El 'maestro' dice:
«No lo sé». Lo cual requiere tener una mente mística capaz de saberlo todo a
través del no-saber.
El 'discípulo' dice:
«Yo lo sé». Lo cual requiere ignorancia, disfrazada de conocimiento prestado.
MIRAR
A SUS OJOS
El comandante en jefe
de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos
la absoluta seguridad de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea.
De modo que, si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible,
a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance».
En realidad, la aldea
ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos
querían, Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado
el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo
de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia,
el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde
se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció
la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que
muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación». De forma
que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación,
si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había
nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue
cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos
por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado.
Veinte años después
pasó un profeta por la - aldea, fue directamente al alcalde y le dijo:
«¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador
de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué
podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando
las Escrituras y actuamos en consecuencia»..
«Ese fue vuestro error»,
dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado
a sus ojos».
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TRIGO
DE LAS TUMBAS EGIPCIAS
En la tumba de uno de
los antiguos . Faraones de Egipto fue hallado un puñado de granos de
trigo. Alguien tomó aquellos granos, los plantó y los regó.
Y, para general asombro,
los granos tomaron vida y retoñaron al cabo de cinco mil años.
Cuando alguien
ha alcanzado la luz, sus palabras son como semillas, llenas de vida
y de energía. Y pueden conservar la forma de semillas durante siglos,
hasta que son sembradas en un corazón fértil y receptivo.
Yo solía pensar que
las palabras escritas estaban muertas y secas. Ahora sé que están llenas
de energía y de vida. Era mi corazón el que estaba frío y muerto, así
que ¿cómo iba a crecer nada en él?
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ENMIENDA
LAS ESCRITURAS
Se acercó un hombre
sabio a Buda y le dijo: «Las cosas que tú enseñas, señor, no se encuentran en
las Santas Escrituras». «Entonces, ponlas tú en las Escrituras», replicó Buda.
Tras una embarazosa
pausa, el hombre siguió diciendo: «¿Me permitiría sugerirle, señor, que algunas
de las cosas que vos enseñáis contradicen las Santas Escrituras?».
«Entonces, enmienda
las Escrituras», contestó Buda.
En las Naciones
Unidas se hizo la propuesta de que se revisaran todas las Escrituras de todas
las religiones del mundo. Cualquier cosa en ellas que pudiera llevar a la
intolerancia, a la crueldad o al fanatismo, debería ser borrada. Cualquier cosa
que de algún modo fuera en contra de la dignidad y el bienestar del hombre
debería omitirse.
Cuando se descubrió
que el autor de la propuesta era el propio Jesucristo, los periodistas
corrieron a visitarle en busca de una más completa explicación. Y ésta fue bien
sencilla y breve: «Las Escrituras, como el Sábado, son para el hombre», afirmó,
«no el hombre para las Escrituras».
LA
MUJER DEL CIEGO
Enseñar a un hombre
inmaduro puede ser tremendamente perjudicial:
Había un hombre que
tenía una hija muy fea y se la dio en matrimonio a un ciego, porque
ningún otro la habría querido. Cuando un médico se ofreció a devolver
la vista al marido ciego,
el padre de la muchacha se opuso con todas sus fuerzas, pues temía que
el hombre se divorciara de su hija.
Afirma Sa'di acerca
de esta historia: «El marido de una mujer fea es mejor que siga ciego».
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LOS
PROFESIONALES
Mi vida religiosa ha estado
enteramente en manos de profesionales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a
un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a
mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro
a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y
para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote.
El
rey de unas islas del Pacífico Sur daba un banquete en honor de un distinguido
huésped occidental.
Cuando llegó el momento
de pronunciar los elogios del huésped, Su Majestad siguió sentado en el suelo
mientras un orador profesional, especialmente designado al efecto, se excedía
en sus adulaciones.
Tras el elocuente
panegírico, el huésped se levantó para decir unas palabras de agradecimiento al
rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: «No se levante, por favor», le
dijo. «Ya he encargado a un orador que hable por usted. En nuestra isla
pensamos que el hablar en público no debe estar en manos de aficionados».
Yo me pregunto: ¿no
preferiría Dios que yo fuera más 'aficionado' en mi relación con El?
LOS
EXPERTOS
Un cuento Sufí:
Un hombre a quien se
consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el
féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió
inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro. Abrieron el féretro y
el hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a los sorprendidos
asistentes. «Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron
acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar:
«Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías
muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron a
atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.
LA
SOPA DE LA SOPA DEL GANSO
En cierta ocasión un
pariente visitó a Nasruddin, llevándole como regalo un ganso.
Nasruddin cocinó el
ave y la compartió con su huésped.
No tardaron en acudir
un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo «del hombre que te
ha traído el ganso». Naturalmente; todos ellos esperaban obtener comida y
alojamiento a cuenta del famoso ganso.
Finalmente, Nasruddin
no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y dijo: «Yo soy un
amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso». Y, al igual que los
demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer. Nasruddin puso
ante él una escudilla llena de agua caliente.
«¿Qué es esto?»,
preguntó el otro. «Esto», dijo Nasruddin, «es la sopa de la sopa del ganso que
me regaló mi amigo».
A veces se oye hablar
de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de
un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios.
Es absolutamente
imposible enviar un beso a través de un mensajero.
EL
MONSTRUO DEL RÍO
El
sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que
jugaban ¡unto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡Hay
un terrible monstruo río abajo. Id corriendo allá y podréis ver cómo
echa fuego por la nariz!». Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea
había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río.
Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía
resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo,
iba pensando: «La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién
sabe si será cierta...
Es mucho más fácil creer
en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a los demás
de su existencia.
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LA
FLECHA ENVENENADA
En cierta ocasión se
acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las almas de los
justos?».
Como era propio de
él, Buda no respondió. Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a
hacerle la misma pregunta; y un día tras otro recibía el silencio como
respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio
si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque
¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las
almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda,
compadecido, rompió su silencio y le dijo: «Eres como un hombre que fue alcanzado
por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se
apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le
extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le
dieran respuesta a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le
disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero,
¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el
hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia».
El monje se quedó en
el monasterio.
Es mucho más
placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las
propiedades de una medicina que tomarla.
EL
NIÑO DEJA DE LLORAR
Afirmaba aquel hombre
que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí mismo y era
honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión
le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los
que resolvía; la vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras
y la tradición habían causado tanto mal como bien. Todas estas cosas
habían sido inventadas por el hombre para mitigar la soledad y la desesperación
que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle
en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis de crecimiento
y evolución.
Una
vez le preguntó el discípulo a su Maestro: «¿Qué es Buda?».
Y el Maestro le respondió:
«La mente es Buda».
Volvió otro día a hacerle
la misma pregunta v la respuesta fue: 'No hay mente. No hay Buda'».
Y el discípulo protestó: «Pero si el otro día me dijiste: 'La mente
es Buda...'».
Replicó el Maestro:
«Eso lo dije para que el niño dejase de llorar. Pero, cuando el niño
ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay
Buda ».
Tal vez el niño había
dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad. De modo que lo
mejor era dejarle solo.
* * *
Pero cuando empezó a
predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que no estaban
preparadas para ello, hubo que frenarle: «Hubo una época, la era pre-científica,
en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y
los hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera
era una persona. Por fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría
'hermano' al sol y hablaría con él».
«Tu fe era la de un
chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un hombre audaz,
la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico' y vuelvas
a encontrar tu fe».
* * *
La fe no se pierde jamás
por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que expresan la fe
se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se purifican.
EL
HUEVO
Nasruddin se ganaba
la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo:
«Adivina lo que llevo
en la mano».
«Dame una pista», dijo
Nasruddin.
«Te daré más de una:
Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo,
sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo.
Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha
sido puesto por una gallina...». «¡Ya lo tengo!», dijo Nasruddin, «¡es
una clase de pastel!».
El experto tiene
el don de no acertar con lo evidente.
El sumo sacerdote tiene
el don de no reconocer al Mesías.
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GRITAR
PARA QUEDAR A SALVO... E INCÓLUME
Una vez llegó un
profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la
gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta
que no hubo nadie que escuchara, las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante
le dijo al profeta: «¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es
imposible?».
Y
el profeta le respondió:
«Al principio tenía
la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente
para que no me cambien ellos a mí».
SE
VENDE AGUA DEL RÍO
Aquel día, el sermón
del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír
con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en
la orilla y vender agua del río».
Y
concluyó su sermón.
El aguador había instalado
su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle
agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas
no vieran el río. Cuando, al fin, vieron,
él cerró el negocio.
El predicador tuvo un
enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando
obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador
no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado. su propósito,
que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo
sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con
tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. «Si yo no me voy»,
dijo Jesús a sus discípulos, «no vendrá a vosotros el Espíritu Santo».
* * *
Si hubieras dejado tan
resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más posibilidades
de ver el río.
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LA
MEDALLA
El hombre se
encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo.
La buena religión le
hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.
Había una madre que
no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del
anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su
casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el
sol. Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara
a casa temprano.
Pero, cuando creció,
el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había
modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una medalla y le
convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle
ningún mal en absoluto. Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse
en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
La mala religión
refuerza su fe en la medalla.
La buena religión le
hace ver que no existen tales malos espíritus.
NASRUDDIN
EN CHINA
El Mullah Nasruddin
fue a China, donde reunió a un grupo de discípulos a los que preparó para
alcanzar la iluminación. Pero, tan pronto como lo consiguieron, los discípulos
dejaron de asistir a sus clases.
No es muy loable para
un guía espiritual el que sus discípulos se sienten perennemente a sus pies.
EL
GATO DEL GURÚ
Cuando, cada tarde,
se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el
gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que
ataran al gato durante el culto de la tarde.
Mucho después de
haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando
el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto
vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos
tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de
un culto como es debido.
VESTIMENTAS
LITÚRGICAS
Octubre de 1917: Ha
nacido la Revolución Rusa. La historia humana ha adquirido una nueva
dimensión.
Dice la historia
que aquel mismo mes se reunió en asamblea la Iglesia Ortodoxa Rusa y
que tuvo lugar un apasionado debate acerca del color del sobrepelliz
que había que usar en las funciones litúrgicas. Algunos insistieron
vehementemente en que debería ser blanco, mientras que otros defendían,
con la misma vehemencia, que debería ser morado.
Nerón tocaba la lira
mientras ardía Roma.
Luchar a brazo partido
con una revolución es infinitamente más molesto que organizar u.na preciosa
liturgia. Preferiría recitar mis oraciones antes que mezclarme en reyertas
de vecindario.
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«DIENTES DE LEÓN»
Un hombre que se
sentía orgullosísimo del césped de su jardín se encontró un buen día con que en
dicho césped crecía una gran cantidad de «dientes de león». Y aunque trató por
todos los medios de librarse de ellos, no pudo impedir que se convirtieran en
una auténtica plaga.
Al fin escribió al
ministerio de Agricultura, refiriendo todos los intentos que había hecho, y
concluía la carta preguntando: «¿Qué puedo hacer?». Al poco tiempo llegó la
respuesta: «Le sugerimos que aprenda a amarlos».
También yo tenía
un césped del que estaba muy orgulloso, y también sufrí una plaga de «dientes
de león» que traté de combatir con todos los medios a mi alcance. De modo que
el aprender a amarlos no fue nada fácil.
Comencé por hablarles
todos los días cordial y amistosamente. Pero ellos sólo respondían con su hosco
silencio. Aún les dolía la batalla que había librado contra ellos.
Probablemente recelaban de mis motivos.
Pero no tuve que
aguardar mucho tiempo a. que volvieran a sonreír y a recuperar su sosiego.
Incluso respondían ya a lo que yo les decía. Pronto fuimos amigos.
Por supuesto que mi
césped quedó arruinado, pero ¡qué delicioso se hizo mi jardín...!
Poco a poco iba
quedándose ciego, a pesar de que trató de evitarlo por todos los medios. Y
cuando las medicinas ya no surtían efecto, tuvo que combatir con todas sus
emociones. Yo mismo necesitaba armarme de valor para decirle: «Te sugiero que
aprendas a amar tu ceguera».
Fue una verdadera
lucha. Al principio se resistía a trabar contacto con ella, a decirle una sola
palabra. Y cuando, al fin, consiguió hablar con su ceguera, sus palabras eran
de enfado y amargura. Pero siguió hablando y, poco a poco, las palabras fueron
haciéndose palabras de resignación; de tolerancia y de aceptación.... hasta
que un día, para su sorpresa, se hicieron palabras de simpatía... y de amor.
Había llegado el momento en que fue capaz de rodear con su brazo a su ceguera y
decirle: «Te amo». Y aquel día le vi sonreír de nuevo. Y ¡qué sonrisa tan
dulce... !
Naturalmente que
había perdido la vista para siempre. Pero ¡qué bello se hizo su rostro...!
Mucho más bello que antes de que le sobreviniera la ceguera.
NO
CAMBIES
Durante años fui un
neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía
en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era.
Y yo me ofendía,
aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de
conseguirlo
por mucho que lo
intentara.
Lo peor era que mi
mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también
insistía en la necesidad de que yo
cambiara.
Y también con él
estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía
impotente y como atrapado.
Pero un día me dijo:
«No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o
dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte».
Aquellas palabras
sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te
quiero...».
Entonces me
tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡Oh, maravilla!, cambié.
Ahora sé que en
realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera,
prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar.
¿Es así como Tú me
quieres, Dios mío?
MI
AMIGO
Malik, hijo de Dinar,
estaba muy preocupado por la disoluta conducta de un libertino joven
que vivía en la casa contigua a la suya.
Durante mucho tiempo
no hizo nada al respecto, en la esperanza de que hubiera alguien que
interviniera. Pero cuando la conducta del joven se hizo absolutamente
intolerable, Malik se dirigió a él y le pidió que cambiara su modo de
ser.
Con toda tranquilidad,
el joven informó a Malik de que él era un protegido' del Sultán y, por
lo tanto, nadie podía impedirle vivir como a él se le antojara.
Malik le dijo: «Yo,
personalmente, me quejaré al Sultán». Y el joven le respondió: «Será
completamente inútil, porque el Sultán jamás cambiará su opinión acerca
de mí». «Entonces le hablaré de ti al Sumo Creador», replicó Malik.
«El Sumo Creador», dijo el joven, «es demasiado misericordioso como
para reprocharme nada».
Malik quedó totalmente
desarmado, por lo que desistió de su intento. Pero al poco tiempo la
reputación del joven se hizo tan pésima que originó la repulsa general.
Malik decidió entonces que debía intentar reprenderle. Pero, cuando
se dirigía a la casa del joven, oyó una voz que le decía: «No toques
a mi amigo. Está bajo mi protección». A Malik, esto le produjo una enorme
confusión y, cuando se vio en presencia del joven, no supo qué decirle.
El joven le preguntó:
«¿A qué has venido?». Respondió Malik: «Venía a reprenderte, pero cuando
me dirigía hacia aquí una Voz me dijo que no te tocara, porque estás
bajo Su protección».
El rostro del disoluto
joven se transformó. «¿De veras me llamó amigo suyo?», preguntó. Pero
para entonces Malik ya se había marchado. Años más tarde, Malik se encontró
con él en La Meca. Las palabras de la Voz le habían impresionado de
tal modo que había renunciado a todos sus bienes y se había hecho un
mendigo errante. «He venido aquí en busca de mi Amigo», le dijo a Malik.
Y, dicho esto, murió.
¿Dios, amigo de
un pecador? Semejante afirmación es tan arriesgada como real. Yo me
la apliqué a mí mismo cuando, en cierta ocasión, dije: «Dios es demasiado
misericordioso como para reprocharme nada». Y al instante escuché la
Buena Noticia por primera vez en mí vida.
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EL
CATECUMENO ÁRABE
Al Maestro árabe
Jalal ud-Din Rumi le gustaba contar la siguiente historia:
Se hallaba un día el
profeta Mahoma presentando la oración matutina en la mezquita. Entre la
multitud de los fieles se encontraba un joven catecúmeno árabe.
Mahoma comenzó a leer
el Corán recitando el versículo en que el Faraón afirma: «Yo soy tu verdadero
Dios». Al oírlo, el joven catecúmeno sintió tanta ira que rompió el silencio y
gritó: «¿Será fanfarrón, el muy hijo de puta?».
El profeta no dijo
nada, pero cuando acabaron las oraciones, los demás comenzaron a increpar al
árabe: «¿No te da vergüenza? Has de saber que tu oración le desagrada a Dios,
porque no sólo has roto el santo silencio de la oración, sino que además has
usado un lenguaje obsceno en presencia del profeta de Dios».
El
pobre árabe enrojeció de vergüenza y se puso a temblar de miedo, hasta que
Gabriel se le apareció al profeta y le dijo: «Dios te manda sus saludos y desea
que hagas que esa gente deje de increpar a ese sencillo árabe; en realidad, su
sincero juramento ha movido su corazón más que las santas plegarias de muchos
otros».
Cuando oramos, Dios
se fija en nuestro corazón, no en nuestras fórmulas.
NOSOTROS
SOMOS TRES, TÚ ERES TRES
Cuando
el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió
emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba por la playa
cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que,
en su elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos
atrás por los misioneros. «Nosotros ser cristianos», le dijeron, señalándose
orgullosamente a sí mismos.
El obispo quedó
impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron
que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo
podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el
Padrenuestro?
«Entonces, ¿qué decís
cuando rezáis?» «Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: 'Nosotros
somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros'». Al obispo le horrorizó el
carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el
resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en
aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día
siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un
solo fallo.
Meses más tarde el
barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo
paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado
que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes
esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió
que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba
al barco y, 'para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él
sobre el agua. El capitán detuvo el
barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso
espectáculo.
Cuando se hallaban a
una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos,
los pescadores. «¡Obispo!», exclamaron, «nosotros alegrarnos de verte. Nosotros
oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte».
«¿Qué deseáis?»?, les
preguntó el obispo con cierto recelo.
«Obispo», le dijeron,
«nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: 'Padre
Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
Reino...'. Después olvidar.
Por favor, decirnos
otra vez toda la oración». El obispo se sintió humillado. «Volved a vuestras
casas, mis buenos amigos», les dijo, «y cuando recéis, decid: 'Nosotros somos
tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros'».
A veces he visto a
mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a
glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre que me he fijado en
sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas
están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.
LA
ORACIÓN PUEDE SER PELIGROSA
He aquí una de las historias
predilectas del Maestro de sufí Sa'di de Shiraz:
Cierto amigo mío estaba
encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente
tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una
serie de promesas.
Sucedió que su mujer
dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó
a una fiesta a toda la aldea.
Años más tarde, volviendo
yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba
en la cárcel.
«¿Por qué? ¿Qué es lo
que ha hecho?», pregunté.
Sus vecinos me dijeron:
«Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera
que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel».
Es verdad que pedir
a Dios insistentemente lo que deseamos es un ejercicio realmente loable.
Pero es también muy
peligroso.
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NARADA
El sabio indio Narada
partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishnú. Una noche se detuvo
en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. A la mañana
siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a ver
al Señor Vishnú, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí, porque son
muchos años ya los que llevamos sin descendencia».
Cuando Narada llegó
al templo, dijo al Señor: «Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo.
Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor, de un modo terminante, le
replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo que
Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa.
Cinco años más tarde
emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo
hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había dos niños
jugando a la entrada de la choza.
«¿De quién son estos
niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre.
Narada quedó
desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco después de que tú
te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. Nosotros le dimos
hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir, nos bendijo
a mi mujer y a mí... y el Señor nos ha dado estos dos hijos».
Cuando
Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo del Señor
Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me dijiste
que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora
tiene dos?». Cuando el Señor le oyó, rió sonoramente y dijo: «Debe de haber
sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».
Uno recuerda
instintivamente una fiesta de bodas en la que la madre de Jesús, por medio de
sus súplicas, consiguió que su hijo realizara un milagro antes de lo previsto
en su destino.
EL
DESTINO EN UNA MONEDA
El
gran general japonés Nobunaga decidió atacar, a pesar de que sólo contaba
con un soldado por cada diez enemigos. El estaba seguro de vencer, pero
sus soldados abrigaban muchas dudas.
Cuando marchaban hacia
el combate, se detuvieron en un santuario sintoísta. Después de orar
en dicho santuario, Nobunaga salió afuera y dijo: «Ahora voy a echar
-una moneda al aire. Si sale cara, venceremos; si sale cruz, seremos
derrotados. El destino nos revelará
su rostro».
Lanzó la moneda y salió
cara. Los soldados se llenaron de tal ansia de luchar que
no encontraron ninguna
dificultad para vencer. Al día siguiente, un ayudante le dijo a Nobunaga:
«Nadie puede cambiar el rostro del destino».
«Exacto», le replicó
Nobunaga mientras le mostraba una moneda falsa que tenía cara por ambos
lados.
¿El poder de la oración?
¿El poder del destino? ¿O el poder de una fe convencida de que algo
va a ocurrir?
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PEDIR
LA LLUVIA
Cuando acude a ti el
neurótico en busca de ayuda, rara vez pretende ser curado, porque toda curación
es dolorosa. Lo que realmente desea es encontrarse a gusto con su neurosis. O,
mejor aún, anhela un milagro que le cure sin dolor.
Al
viejo le encantaba fumar su pipa después de la cena. Una noche su mujer olió
que algo se quemaba y gritó: «¡Por Dios bendito, papá! Se te están quemando los
bigotes». «Ya lo sé», respondió el viejo airadamente. «¿No ves que estoy
pidiendo la lluvia?».
EL
ZORRO MUTILADO
Fábula del místico
árabe Sa'di:
Un
hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por
lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un
tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el
resto de la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios
volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El comenzó a
maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: «Voy también yo
a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará
cuanto necesito».
Así lo hizo durante
muchos días; pero no sucedía nada y. el pobre hombre estaba casi a las puertas
de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh, tú, que te hallas en la
senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja
ya de imitar al pobre zorro mutilado».
Por la calle vi a una
niña aterida y tiritando de frío dentro de ligero vestidito y con pocas
perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
«¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?».
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me
respondió: «Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti».
EL
DIOS-ALIMENTO
Una vez decidió Dios
visitar la tierra y envió a un ángel para que inspeccionara la situación
antes de su visita.
Y el ángel regresó diciendo:
«La mayoría de ellos
carece de comida; la mayoría de ellos carece también de empleo».
Y dijo Dios: «Entonces
voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos y en forma
de trabajo para los parados».
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LOS
CINCO MONJES
El
Lama del Sur dirigió una urgente llamada al gran Lama del Norte pidiéndole que
le enviara a un monje sabio y santo que iniciara a los novicios en la vida
espiritual. Para general sorpresa, el Gran Lama envió a cinco monjes. en lugar
de uno solo. Y a quienes le preguntaban el motivo, les respondía
enigmáticamente: <<Tendremos suerte si al menos uno de los cinco consigue
llegar al Lama».
El grupo llevaba
algunos días en camino cuando llegó corriendo hasta ellos un mensajero. que les
dijo: «El sacerdote de nuestra aldea ha muerto. Necesitamos que alguien ocupe
su lugar». La aldea parecía un lugar confortable y el sueldo del sacerdote era
bastante atractivo. A uno de los monjes le entró un súbito interés pastoral por
aquella gente y dijo: «No sería yo un verdadero budista si no me quedara a
servir a esta gente». De modo que se quedó.
Unos días más tarde
sucedió que sé encontraban en el palacio de un rey que se encaprichó de uno de
los monjes. «Quédate con nosotros», le dijo el rey, «y te casarás con mi hija.
Y cuando yo muera, me sucederás en el trono». El monje se sintió atraído por la
princesa y por el brillo de la realeza, de manera que dijo: «¿Qué mejor modo de
influir en los súbditos de este reino para inclinarlos al bien que siendo rey
de todos ellos? No sería un buen budista si no aceptara esta oportunidad de
servir a la causa de nuestra santa religión». De modo que también éste se
quedó.
El resto del grupo
siguió su camino y una noche, hallándose en una región montañosa, llegaron a
una solitaria cabaña habitada por una bella muchacha que les ofreció cobijo y
le dio gracias a Dios por haberle enviado a aquellos monjes. Sus padres habían
sido asesinados por los bandidos y la muchacha se encontraba sola v llena de
ansiedad. A la mañana siguiente, cuando llegó la hora de partir, uno de los
monjes dijo: «Yo me quedaré con esta muchacha. No sería un auténtico budista si
no practicara la compasión». Fue el tercero en abandonar.
Los dos restantes
llegaron, por último, a una aldea budista, donde, para su espanto, descubrieron
que todos los habitantes de la aldea habían abandonado su religión y habían
sido convencidos por un guru hindú. Uno de los dos monjes dijo: «Es mi deber
hacia esta pobre gente y hacia el Señor Buda quedarme aquí y reconducirlos a la
verdadera religión». Fue el último en abandonar.
Por fin, el quinto
monje llegó ante el Lama del Sur. El Gran Lama del Norte había tenido razón,
después de todo.
Hace años inicié la
búsqueda de Dios. Una y otra vez me apartaba del camino. Y siempre por los mejores
motivos: para reformar la liturgia, para transformar las estructuras de la
Iglesia, para actualizar mis estudios bíblicos y aprender la teología
pertinente... Por desgracia, me resulta más fácil embarcarme en el trabajo
religioso, sea cual sea, que perseverar firmemente en aquella búsqueda.
ASCENDER
Entra el primer candidato:
«¿Entiende usted que esto no es más que un simple 'test' que queremos
hacerle antes de darle el trabajo que usted ha solicitado?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas
son dos y dos?». «Cuatro».
Entra el segundo candidato:
«¿Está usted listo para el 'test'?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas
son dos y dos?». «Lo que diga el jefe».
El segundo candidato
consiguió el trabajo.
La actitud del
segundo candidato es muy recomendable si deseas ascender en cualquier
institución, secular o religiosa. Frecuentemente te servirá para sacar
estupendas notas en los crímenes religiosos. Por eso los licenciados
en teología muchas veces son
más conocidos por su amor a la doctrina que por su amor a la verdad.
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DIÓGENES
Estaba el filósofo
Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía
confortablemente a base de adular al rey.
Y le dijo Aristipo:
«Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de
lentejas». A lo que replicó Diógenes: «Si hubieras tú aprendido a comer
lentejas, no tendrías que adular al rey».
LEVANTARSE
Y SER VISTO
Decir la verdad tal
como uno la ve requiere mucho valor cuando uno pertenece a una institución.
Pero desafiar a la
propia institución exige aún más valor. Y fue esto lo que hizo Jesús.
Cuando Kruschev
pronunció su famosa denuncia de la era staliana, cuentan que uno de los
presentes en el Comité Central dijo: «¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev,
cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?».
Kruschev se detuvo,
miró en torno por toda la sala y dijo: «Agradecería que quien lo ha dicho
tuviera la bondad de ponerse en pie».
La tensión se podía
mascar en la sala. Pero nadie se levantó.
Entonces dijo
Kruschev: «Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba
exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora».
Jesús se habría
levantado.
LA
TIENDA DE LA VERDAD
No podía dar crédito
a mis ojos cuando vi el nombre de la tienda: LA TIENDA DE LA VERDAD.
Así que allí vendían verdad. La correctísima dependienta me preguntó
qué clase de verdad deseaba yo comprar: verdad parcial o verdad plena.
Respondí que, por supuesto, verdad plena. No quería fraudes, ni apologías,
ni racionalizaciones. Lo que deseaba era mi verdad desnuda, clara y
absoluta.
La dependienta me condujo
a otra sección del establecimiento en la que se vendía la verdad plena.
El vendedor que trabajaba
en aquella sección me miró compasivamente y me señaló la etiqueta en
la que figuraba el precio. «El precio es muy elevado, señor», me dijo.
«¿Cuál es?», le pregunté yo, decidido a adquirir la verdad plena a cualquier
precio. «Si usted se la lleva», me dijo, «el precio consiste en no tener
ya descanso durante el resto de su vida».
Salí de la tienda entristecido.
Había pensado que podría adquirir la verdad plena a bajo precio. Aún
no estoy listo para la Verdad. De vez en cuando ansío la paz y el descanso.
Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo con mis justificaciones
y mis racionalizaciones. Sigo buscando aún el refugio de mis creencias
incontestables.
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LA
SENDA ESTRECHA
En
cierta ocasión previno Dios al pueblo de un terremoto que habría de tragarse
las aguas de toda la tierra. Y las aguas que reemplazarían a las desaparecidas
habrían de enloquecer a todo el mundo. Tan sólo el profeta se tomó en serio a
Dios. Transportó hasta la cueva de su montaña enormes recipientes de agua, de
modo que no hubiera ya de faltarle el líquido elemento en los días de su vida.
Y efectivamente, se
produjo el terremoto, desaparecieron las aguas y una nueva agua llenó los
arroyos y los lagos y los ríos y los estanques. Algunos meses más tarde bajó el
profeta de su montaña a ver lo que había ocurrido. Y era verdad: todo el mundo
se había vuelto loco y le atacaba 'a él y no quería tener nada que ver con él.
Y hasta se convenció todo el mundo de que era él el que estaba loco. Así pues,
el profeta regresó a su cueva de la montaña, contento por haber tenido la
precaución de guardar agua. Pero, a medida que transcurría el tiempo, la
soledad se le hacía insoportable.
Anhelaba tener
compañía humana. De modo que descendió de nuevo a la llanura.
Pero nuevamente fue
rechazado por la gente, tan diferente de él.
Entonces el profeta
tomó su decisión: Tiró el agua que había guardado, bebió del agua nueva y se
unió a sus semejantes en su locura.
Cuando buscas la
Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar compañía. Pero
¿quién puede soportar semejante soledad?
EL
FARSANTE
La
sala estaba abarrotada, en su mayoría por ancianas damas. Se trataba
de una especie de nueva religión o secta. Uno de los oradores se levantó
para hablar, vestido únicamente con un turbante y un taparrabos. Y habló
emocionadamente acerca del poder de la mente sobre la materia y de la
psique sobre el soma. Todo el mundo escuchaba embelesado. Al acabar,
el orador regresó a su sitio, justamente enfrente de mí. Su vecino de
asiento se dirigió a él y le preguntó en voz baja, aunque perfectamente
audible: «¿Cree usted realmente lo que dice de que el cuerpo no siente
nada, sino que todo está en la mente y que la mente puede ser conscientemente
influida por la voluntad?».
«Naturalmente que lo
creo», respondió el farsante con piadosa convicción. «Entonces», le
replicó su vecino, «¿le importaría cambiarme el sitio? Es que estoy
en medio de una corriente...».
Muchas veces he intentado
desesperadamente practicar lo que predico.
Si me limitara a predicar
lo que practico, sería mucho menos farsante.
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EL
CONTRATO SOÑADO
Eran las nueve de la
mañana y Nasruddin seguía completamente dormido. El sol estaba en todo lo alto,
los pájaros gorjeaban en las ramas y el desayuno de Nasruddin se estaba
enfriando. De manera que su mujer le despertó. Nasruddin se espabiló
furiosísimo: «¿Por qué me despiertas precisamente ahora?», gritó. «¿No podías
haber aguardado un poco más?».
«El sol está en todo
lo alto», replicó su mujer, «los pájaros gorjean en las ramas v tu desayuno se
está enfriando»
«¡Qué mujer más
estúpida!», dijo Nasruddin. «¡El desayuno es una bagatela, comparado con el
contrato por valor de cien mil piezas de oro que estaba a punto de firmar!».
De modo que se dio la
vuelta y se arrebujó entre las sábanas durante un largo rato, intentando
recobrar el sueño y el contrato que su mujer había hecho añicos.
Ahora bien, sucedía
que Nasruddin pretendía realizar una estafa en aquel contrato, y la otra parte
contratante era un injusto tirano. Si, al recobrar el. sueño, Nasruddin
renuncia a su estafa, será un santo.
Si se esfuerza
denodadamente por liberar a la gente de la opresión del tirano, será un
reformador.
Si, en medio de su
sueño, de pronto cae en la cuenta de que está soñando, se convertirá en un
hombre despierto y en un místico.
¿De qué vale ser un
santo o un reformador si uno está dormido?
MUY BIEN, MUY BIEN...
En una aldea de pescadores,
una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló
quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando
todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha
y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron
bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le
dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer
frente a su mantenimiento y educación. El Maestro respondió únicamente:
«Muy bien, muy bien...».
Cuando se marcharon,
recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer
de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba
nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de
producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no
pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de
la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha
y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron
al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño.
Así lo hizo el Maestro. Y todo lo que dijo fue: «Muy bien, muy bien...».
¡El hombre despierto!
¿Perder la reputación...?
No difiere demasiado de perder aquel contrato que uno estaba a punto
de firmar en sueños.
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LOS
HIJOS MUERTOS EN SUEÑOS
Un humilde pescador y
su mujer tuvieron un hijo al cabo de muchos años de matrimonio. El niño era el
orgullo y la alegría de sus padres. Pero un buen día cayó gravemente enfermo.
Los padres gastaron una fortuna en médicos y en medicinas.
Pero el niño murió.
La madre quedó
absolutamente destrozada por la pena. El padre, por el contrario, no derramó
una sola lágrima.
Cuando, después del
funeral, la mujer reprochó al marido su total falta de aflicción, el pescador
le dijo: «Déjame que te diga por qué no he llorado. Verás: la otra noche soñé
que era un rey, padre orgulloso de ocho hijos. ¡Qué feliz era...!
Pero entonces
desperté.
Y ahora estoy
enormemente desconcertado. No sé si debo llorar por aquellos ocho hijos o por
este otro».
EL
AGUILA REAL
Un
hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el
nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con
la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que
hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en
busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las
alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después
de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el
águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido
cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por
entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba
asombrada hacia arriba «¿Qué es eso?», preguntó a una gallina que estaba
junto a ella. «Es el águila, el rey de las aves», respondió la gallina.
«Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él». De manera
que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una
gallina de corral.
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EL PATITO
El santón sufí
Shams-e Tabrizi cuenta acerca de sí mismo la siguiente historia:
Desde que era niño se
me ha considerado un inadaptado. Nadie parecía entenderme. Mi propio padre me
dijo en cierta ocasión: «No estás lo suficientemente loco como para encerrarte
en un manicomio ni eres lo bastante introvertido como para meterte en un
monasterio. No sé qué hacer contigo».
Yo
le respondí: «Una vez pusieron un huevo de pata a que lo incubara una gallina.
Cuando rompió el cascarón, el patito se puso a caminar junto a la gallina
madre, hasta que llegaron a un estanque. El patito se fue derecho al agua,
mientras la gallina se quedaba en la orilla cloqueando angustiadamente. Pues
bien, querido padre, yo me he metido en el océano y he encontrado en él mi
hogar. Pero tú no puedes echarme la culpa de haberte quedado en la orilla».
LA
MUÑECA DE SAL
Una muñeca de sal recorrió
miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar.
Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta
de cuanto bahía visto hasta entonces. «¿Quién eres tú?», le preguntó
al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el
mar le respondió: «Entra y compruébalo tú misma».
Y la muñeca se metió
en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose,
hasta que apenas quedó nada de ella.
Antes de que se disolviera
el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada: «¡Ahora ya sé quién soy!».
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¿QUIÉN SOY YO?
Este es un cuento de
Attar de Neishapur.
El amante llamó a la
puerta de su amada. «¿Quién es», preguntó la amada desde dentro. «Soy yo», dijo
el amante. «Entonces márchate. En esta casa no cabemos tú y yo».
El rechazado amante
se fue al desierto, donde estuvo meditando durante meses, considerando las
palabras de la amada. Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta. «¿Quién
es?». «Soy tú».
Y la puerta se abrió
inmediatamente.
EL
AMANTE HABLADOR
Un amante estuvo durante
meses pretendiendo a su amada sin éxito., sufriendo el atroz padecimiento
de verse rechazado. Al fin su amada cedió: «Acude a tal lugar a tal
hora», le dijo.
Y
allí, a la hora fijada, al fin se encontró el amante junto a su amada.
Entonces metió la mano en su bolso y sacó un fajo de cartas de amor
que había escrito durante los últimos meses. Eran cartas apasionadas
en las que expresaba su dolor y su ardiente deseo de experimentar los
deleites del amor y la unión con ella. Y se puso a leérselas a su amada.
Pasaron las horas .v él seguía leyendo.
Por fin dijo la mujer:
«¿Qué clase de estúpido eres? Todas esas cartas hablan de mí y del deseo
que tienes de mí. Pues bien, ahora me tienes junto a ti y no haces más
que leer tus estúpidas cartas».
«Ahora me tienes junto
a ti», dijo Dios a su ferviente devoto, «y no haces más que darle vueltas
a tu cabeza pensando en mí, hablar acerca de mí con tu lengua y leer
lo que dicen de mí tus libros. ¿Cuándo te vas a callar y me vas a probar?».
|
RENUNCIAR
AL «YO»
El discípulo: Vengo a
ofrecerte mis servicios.
El maestro: Si
renuncias a tu «yo», el servicio brotará automáticamente.
Puedes entregar todos
tus bienes para ayudar a los pobres, y entregar tu cuerpo a la hoguera, y no
tener amor en absoluto. Guarda tus bienes y renuncia a tu «yo». No quemes tu
cuerpo; quema tu «ego». Y el amor brotará automáticamente.
ABANDONA
TU NADA
Pensaba que era de
vital importancia ser pobre y austero. Jamás había caído en la cuenta de que lo
vitalmente importante era renunciar a su «ego»; que el «ego» engorda tanto con
lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza, con la
austeridad como con el lujo. No hay nada de lo que no se sirva el «ego» para
hincharse.
El discípulo: Vengo a
ti con nada en las manos.
El maestro: Entonces
suéltalo en seguida.
El discípulo: Pero
¿cómo voy a soltarlo si es nada?
El maestro:
Entonces llévatelo contigo.
De tu nada puedes
hacer una auténtica posesión. Y llevar contigo tu renuncia como un trofeo.
No abandones tus
posesiones. Abandona tu «ego».
EL
MAESTRO ZEN Y EL CRISTIANO
Una vez visitó un cristiano
a un maestro Zen y le dijo: «Permíteme que te lea algunas frases del
Sermón de la Montaña». «Las escucharé con sumo gusto», replicó el maestro.
El cristiano leyó unas
cuantas frases y se le quedó mirando. El maestro sonrió y dijo: «Quienquiera
que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre iluminado».
Esto agradó al cristiano,
que siguió leyendo. El maestro le interrumpió y le dijo: «Al hombre
que pronunció esas palabras podría realmente llamársele Salvador de
la humanidad».
El cristiano estaba
entusiasmado y siguió leyendo hasta el final. Entonces dijo el maestro:
«Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad».
La alegría del cristiano
no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otra vez y convencer
al maestro Zen de que debería hacerse cristiano.
De regreso a su casa,
se encontró con Cristo, que estaba sentado junto al camino. «¡Señor»,
le dijo entusiasmado, «he conseguido que aquel hombre confiese que eres
divino!».
Jesús se sonrió y dijo:
«¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu 'ego' cristiano?».
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CONSUELO
PARA EL DEMONIO
Una antigua leyenda
cristiana:
Cuando el Hijo de
Dios fue clavado en la cruz y 'entregó su espíritu, descendió inmediatamente a
los infiernos y liberó a todos los pecadores que allí sufrían tormentos.
Y el demonio se
afligió y lloró, porque creía que ya no conseguiría más pecadores para el
infierno. Entonces le dijo Dios: «No llores, que yo he de enviarte a todas esas
santas personas que se complacen en la autoconciencia de su bondad y dé su
santurronería y en la condenación de los pecadores. Y el infierno volverá a
llenarse una vez más, durante generaciones, hasta que decida yo regresar de
nuevo».
MEJOR
DORMIR QUE MURMURAR
Sa'di de Shiraz
relata esta historia acerca de sí mismo: Cuando yo era niño, era un muchacho
piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche estaba yo
velando con mi padre, mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que
se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedar
profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre: «Ni uno solo de esos
dormilones
es capaz de abrir sus
ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones. Diría uno que están todos
muertos»Y mi padre me replicó: «Mi querido hijo, preferiría que también tú
estuvieras dormido como ellos, en lugar de murmurar».
La conciencia de la
propia virtud es un riesgo muy propio de quien se embarca en la oración y en la
piedad.
EL
MONJE Y LA MUJER
De camino hacia su monasterio,
dos monjes budistas se encontraron con una bellísima mujer a la orilla
de un río. Al igual que ellos, quería ella cruzar el río, pero éste
bajaba demasiado crecido. De modo que uno de los monjes se la echó a
la espalda y la pasó a la otra orilla.
El otro monje estaba
absolutamente escandalizado y por espacio de dos horas estuvo censurando
su negligencia en la observancia de la Santa Regla: ¿Había olvidado
que era un monje? ¿Cómo se había atrevido a tocar a una mujer y a transportarla
al otro lado del río? ¿Qué diría la gente? ¿No había desacreditado la
Santa Religión? Etcétera.
El acusado escuchó pacientemente
el interminable sermón. Y al final estalló: «Hermano, yo he dejado a
aquella mujer en el río. ¿Eres tú quien la lleva ahora?».
Dice el místico árabe
Abu Hassan Bushanja: «El acto de pecar es mucho menos nocivo que el
deseo y la idea de hacerlo. Una cosa es condescender con el cuerpo en
un placentero acto momentáneo y otra cosa muy distinta que la mente
y el corazón lo estén rumiando constantemente».
Cuando las personas
religiosas no dejan de darle vueltas a los pecados de los demás, uno
sospecha que esa insistencia les proporciona más placer del que el
pecado proporciona al pecador.
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EL
ATAQUE DE CORAZÓN ESPIRITUAL
El corazón del tío
Tom era muy débil y el médico le había aconsejado que tuviera mucho cuidado. De
modo que, cuando sus familiares se enteraron de que el tío había heredado mil
millones de dólares de un pariente difunto, tuvieron miedo de comunicarle la
noticia, no fuera a ser que le ocasionara un ataque al corazón.
Así pues, pidieron
ayuda al párroco, el cual les aseguró que él encontraría el modo de decírselo.
«Dígame, Tom», le dijo el Padre Murphy al anciano cardiópata, «si Dios, en su
misericordia, le enviara mil millones de dólares, ¿qué haría usted con ellos?».
Tom pensó unos
instantes y dijo sin el menor asomo de duda: «Le daría a usted la mitad para la
iglesia, Padre». Al oírlo, el Padre Murphy sufrió un repentino ataque al
corazón.
Cuando el
próspero empresario sufrió un ataque al corazón, debido a sus esfuerzos por
fomentar su imperio industrial, resultó fácil hacerle ver su codicia y su
egoísmo. Cuando el párroco sufrió un ataque al corazón por promover el Reino de
Dios, fue imposible hacerle ver que se trataba de codicia y de egoísmo, aunque
fuera en una forma más aceptable. ¿Había estado realmente promoviendo el Reino
de Dios o a sí mismo? El Reino de Dios no necesita ser promovido, sino que él
mismo fluye espontáneamente sin necesidad de nuestra anhelante ayuda. ¡Mucho
ojo con nuestra ansia, que puede revelar nuestro egoísmo! ¿O no?
CONOCER
A CRISTO
Diálogo entre un recién
convertido a Cristo y un amigo no creyente:
«¿De modo que te has
convertido a Cristo?». «Sí».
«Entonces sabrás mucho
sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».
«No lo sé».
«¿A qué edad murió?».
«Tampoco lo sé».
«¿Sabrás al menos cuántos
sermones pronunció?».
«Pues no ... No lo sé».
«La verdad es que sabes
muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...».
.
«Tienes toda la razón.
Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de El. Pero sí
que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho.. Estaba cargado de
deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían
como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la
bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos
esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada' noche. Todo esto es lo que
ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».
Conocer realmente.
Es decir, ser transformado por lo que uno conoce.
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LA
MIRADA DE JESÚS
En el Evangelio de Lucas
leemos lo siguiente:
Le
dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando
aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro...
Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Yo he tenido unas relaciones
bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba
sus alabanzas, le daba gracias...
Pero siempre tuve la
incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa
que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía
que El me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por
qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba. a encontrar una mirada
de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba
que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El
deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní
el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia.
Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente
durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero».
Y, al igual que Pedro,
salí fuera y lloré.
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EL
HUEVO DE ORO
Un pasaje de un texto
sagrado:
Esto dice el Señor:
Había una vez una gansa que ponía cada día un huevo de oro. La mujer del
propietario de la gansa se deleitaba en las riquezas que aquellos huevos le
procuraban. Pero era una mujer avariciosa y no podía soportar esperar
pacientemente día tras día para conseguir el huevo. De modo que decidió matar a
la gansa y hacerse con todos los huevos de una vez. Y así lo hizo: mató a la
gansa y lo único que consiguió fue un huevo a medio formar y una gansa muerta
que ya no podría poner más huevos. ¡Hasta aquí la palabra de Dios!
Un ateo oyó este
relato y se burló: «¿Esto es lo que llamáis palabra de Dios? ¿Una gansa que
pone huevos de oro? Eso, lo único que demuestra es el crédito que podéis dar a
eso que llamáis 'Dios'...».
Cuando leyó el texto
un sujeto versado en asuntos. religiosos, reaccionó de la siguiente manera: «El
Señor nos dice claramente que hubo una gansa que ponía huevos de oro. Y si el
Señor lo dice, tiene que ser cierto, por muy absurdo que pueda parecer a
nuestras pobres mentes humanas. De hecho, los estudios arqueológicos nos
proporcionan algunos vagos indicios de que, en algún momento de la historia
antigua, existió realmente una misteriosa gansa que ponía huevos de oro. Ahora
bien, preguntaréis, y con razón, cómo puede un huevo, sin dejar de ser huevo,
ser al mismo tiempo de oro. Naturalmente que no hay respuesta para ello.
Diversas escuelas de pensamiento religioso intentan explicarlo de distintos
modos. Pero lo que se requiere, en último término, es un acto de f e en este
misterio que desconcierta a la mente humana».
Hubo incluso un
predicador que, después de leer el texto, anduvo viajando por pueblos y
ciudades, urgiendo celosamente a la gente a aceptar el hecho de que Dios había
creado huevos de oro en un determinado momento de la historia.
Pero ¿no habría
empleado mejor su tiempo si se hubiera dedicado a enseñar las funestas
consecuencias de la avaricia, en lugar de fomentar la creencia en los huevos de
oro? Porque ¿no es acaso infinitamente menos importante decir «¡Señor, Señor!
», que hacer la voluntad de nuestro Padre de los cielos?
LA
BUENA NOTICIA
Esta es la Buena Noticia
proclamada por Nuestro Señor Jesucristo:
Jesús enseñaba a sus
discípulos en parábolas. Y les decía:
El Reino de los cielos
es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que
recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos.
El de más edad respondió
con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba
su corazón al separarse de su familia y de la muchacha a la que amaba
y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano,
donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los
pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de la cual
fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.
Y el Señor le dijo:
«Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil
talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en
el gozo de tu Señor!».
La respuesta del más
joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su
camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz
matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero.
De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso
con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña
suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país,
adjuntándole una nota en la que decía: «Tal vez con esto puedas ayudar
mejor a aquellos pobres diablos».
Cuando le llegó la hora,
el Señor le dijo.: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido
por valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de
talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
El hermano mayor se
sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que
él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aun sabiendo esto, si
tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría
por ti exactamente lo
mismo que he hecho».
Esta sí que es
una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por
el mero gozo de servir con amor.
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JONEYED
Y EL BARBERO
El santo Joneyed
acudió a La Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un barbero afeitaba
a un hombre rico. Al pedirle al barbero que le afeitara a él, el barbero dejó
inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar no
quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue dar además a Joneyed una limosna.
Joneyed quedó tan
impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger
aquel día.
Sucedió que un
acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de oro. Joneyed
se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oró al barbero.
Pero el barbero le
gritó: «¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un
servicio hecho con amor?».
A veces se oye decir
a la gente: «Señor, he hecho mucho por Ti. ¿Qué recompensa me vas a dar?».
* * *
Siempre que se ofrece
o se busca una recompensa, el amor se hace mercenario.
Una fantasía:
El discípulo clamó al
Señor: «¿Qué clase de Dios eres? ¿No te da vergüenza pretender recompensar un
servicio hecho con amor?». .
El Señor sonrió y
dijo: «Yo no recompenso a nadie; lo único que hago es regocijarme con tu amor».
EL
HIJO MAYOR
El tema del sermón era
el del hijo pródigo. El predicador hablaba con honda emoción del increíble
amor del Padre. Pero ¿qué había de asombroso en el amor del Padre? Hay
miles de padres humanos (y probablemente más madres aún) capaces de
amar de semejante modo.
La parábola realmente
pretendía ser una indirecta dirigida a los fariseos:
Todos los publicanos
y los pecadores se acercaban a El para oírle; y los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos».
Entonces les dijo esta parábola...
(Lc 15, 1-2)
¡El protestón!
¡El fariseo! ¡El hijo mayor! Ahí está la finalidad de la parábola.
Estaba Dios un día paseando
por el cielo cuando, para su sorpresa, se encontró con que todo el mundo
se hallaba allí. Ni una sola alma había sido enviada al infierno. Esto
le inquietó, porque ¿acaso no tenía obligación para consigo mismo de
ser justo? Además, ¿para qué había sido creado el infierno, si no se
iba a usar?
De modo que dijo al
ángel Gabriel: «Reúne a todo el mundo ante mi trono y léeles los Diez
Mandamientos».
Todo el mundo acudió
y leyó Gabriel el primer mandamiento. Entonces dijo Dios: «Todo el que
haya pecado contra este mandamiento deberá trasladarse al infierno inmediatamente».
Algunas personas se separaron de la multitud y se fueron llenas de tristeza
al infierno.
Lo mismo se hizo con
el segundo mandamiento, con el tercero, el cuarto, el quinto... Para
entonces, la población del cielo había decrecido considerablemente.
Tras ser leído el sexto mandamiento, todo el mundo se fue al infierno,
a excepción de un solo individuo gordo, viejo y calvo. Le miró Dios
y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la única persona que ha quedado en el cielo?».
«Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios,
«se ha quedado bastante solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que vuelvan».
Cuando
el gordo, viejo y calvo individuo oyó que todos iban a ser perdonados,
se indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto! ¿Por qué no me lo dijiste
antes?».
¡Ajá! ¡Otro fariseo
a la vista! ¡Otro hijo mayor! ¡El hombre que cree en recompensas y castigos
y que es un fanático de la más estricta justicia!
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LA
RELIGIÓN DE LA VIEJA DAMA
A una vieja dama de
mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones
existentes, se le ocurrió fundar su. propia religión. Un periodista, que
deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó
un día: «¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a
excepción de usted misma y de su criada?».
La vieja dama
reflexionó unos instantes y respondió: «Bueno... de la pobre María no estoy tan
segura».
LA
FALTA DE MEMORIA DEL AMOR
«¿Por qué no dejas
nunca de hablar de mis pasados errores?», le preguntó el marido a su mujer. «Yo
pensaba que habías perdonado y olvidado».
«Y es cierto. He
perdonado y olvidado», respondió la mujer. «Pero quiero estar segura de que tú
no olvides que yo he perdonado y olvidado».
Un diálogo:
El discípulo: «;No te
acuerdes de mis pecados, Señor!».
El Señor.: «¿Pecados?
¿Qué pecados? Como tú no me los recuerdes... Yo los he olvidado hace siglos».
El Amor no lleva
cuenta de las ofensas.
EL
LOTO
Mi amigo me tenía
totalmente asombrado. Estaba decidido a demostrar a toda la vecindad lo santo
que era. Incluso se había puesto un ropaje adecuado a dicho propósito. Yo
siempre había creído que cuando un hombre es auténticamente santo, resulta
evidente para los demás, sin necesidad de ayudarles a que lo vean. Pero mi
amigo estaba determinado a proporcionar esta ayuda a sus vecinos. Llegó incluso
a organizar un pequeño grupo de discípulos que demostraran ante todo el mundo
esa pretendida santidad. Lo llamaban 'dar testimonio'.
Al pasar por el
estanque, vi un loto en flor e instintivamente le dije: «¡Qué hermoso eres,
querido loto! ¡Y qué hermoso debe de ser Dios, que te ha creado!».
El loto se ruborizó,
porque jamás había tenido la menor conciencia de su gran hermosura. Pero le
encantó que Dios fuera glorificado.
Era mucho más hermoso
por el hecho de ser tan inconsciente de su belleza. Y me atraía
irresistiblemente porque en modo alguno pretendía impresionarme.
En otro estanque
situado un poco más allá pude ver cómo otro loto desplegaba sus pétalos ante mí
con absoluto descaro y me decía: «Fíjate en mi belleza y glorifica a mi
Hacedor».
Y me marché con mal
sabor de boca.
Cuando trato de
edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡Cuidado con el fariseo
bienintencionado!
LA
TORTUGA
Era el «líder» de un
grupo religioso. Una especie de gurú. Venerado, respetado y hasta amado. Pero
se me quejaba de que había perdido el calor de la compañía humana. La gente le
buscaba para obtener ayuda y consejo, pero no se le acercaba como a un ser
humano. No se 'relajaba' en su compañía.
¿Y cómo iban a
hacerlo? Me fijé en él: era un hombre equilibrado, con perfecto dominio de sí,
solemne, perfecto. Y le dije: «Tienes que hacer una difícil elección: ser una
persona viva-y atractiva o equilibrada y respetada. No puedes ser ambas cosas».
Se alejó de mí con tristeza. Me dijo que su situación no le permitía ser una
persona activa y vitalista, ser él mismo en definitiva. Tenía que desempeñar
un papel y ser respetado.
Parece ser que Jesús
fue un hombre vivo y libre, no una persona superequilibrada y respetada.
Sabemos con certeza que sus palabras y su conducta chocaban a muchas personas
respetables.
El emperador de China
oyó hablar de la sabiduría de un eremita que vivía en las montañas del Norte y
envió a él mensajeros para ofrecerle el cargo de Primer Ministro del reino.
Al cabo de muchos
días de viaje, llegaron allá los mensajeros y encontraron al eremita medio
desnudo, sentado sobre una roca y enfrascado en la pesca. Al principio dudaron
de que pudiera ser aquél el hombre a quien en tan alto concepto tenía el
emperador, pero, tras inquirir en la aldea cercana,
se convencieron de
que realmente se trataba de él. De modo que se presentaron en la ribera del río
y le llamaron con sumo respeto.
El eremita caminó por
el agua hasta la orilla, recibió los ricos presentes de los mensajeros y
escuchó su extraña petición. Cuando, al fin, comprendió que el emperador le
requería a él, al eremita, para ser Primer Ministro del reino, echó la cabeza
atrás y estalló en carcajadas. Y una vez que consiguió refrenar sus risas, dijo
a los desconcertados mensajeros: «¿Veis aquella tortuga, cómo mueve su cola en
el estiércol?».
«Sí, venerable
señor», respondieron los mensajeros.
«Pues bien, decidme:
¿es cierto que cada día se reúne la corte del emperador en la capilla real para
rendir homenaje a una tortuga disecada que se halla encerrada encima del altar
mayor, una tortuga divina cuyo caparazón está incrustado de diamantes, rubíes y
otras piedras preciosas?».
«Sí, es cierto,
honorable señor», dijeron los mensajeros.
«Pues bien, ¿pensáis
que aquel pobre bicho que mueve su cola en el estiércol podría reemplazar a la
divina tortuga?».
«No, venerable
señor», respondieron los mensajeros.
«Entonces id a decir
al emperador que tampoco yo puedo. Prefiero mil veces estar vivo entre estas
montañas que muerto en su palacio. Porque nadie puede vivir en un palacio y
estar vivo».
BAYAZID
QUEBRANTA LA NORMA
Bayazid, el santo musulmán,
actuaba a veces deliberadamente en contra de las formas y ritos externos
del Islam. Sucedió una vez que, volviendo de La Meca, se detuvo en la
ciudad iraní de Rey. Los ciudadanos, que le veneraban, acudieron en
tropel a darle la bienvenida y ocasionaron un gran revuelo en toda la
ciudad. Bayazid, que estaba harto de tanta adulación, aguantó hasta
llegar ala plaza del mercado. Una vez allí, compró una hogaza de pan
y se puso a comerla a la vista de sus enfervorizados seguidores. Era
un día de ayuno del mes de Ramadán, pero Bayazid consideró que su viaje
justificaba plenamente la ruptura de la ley religiosa.
Pero no pensaban igual
sus seguidores, que de tal modo se escandalizaron de su conducta que
inmediatamente le abandonaron y se fueron a sus casas. Bayazid le dijo
con satisfacción a uno de sus discípulos: «Fíjate cómo, en el momento
en que he hecho algo contrario a lo que esperaban de mí, ha desaparecido
la veneración que me profesaban».
Jesús escandalizó
completamente a sus seguidores por parecidos motivos.
Las multitudes necesitan
un santo a quien venerar, un gurú a quien consultar.
Existe un contrato tácito:
Tú has de responder a nuestras expectativas y, a cambio, nosotros te
ofrecemos nuestra veneración. ¡El juego de la santidad!
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GENTE
«A RAYAS»
Por lo general
dividimos a las personas en dos categorías: la de los santos y la de los
pecadores. Pero se trata de una división absolutamente imaginaria. Por una
parte, nadie sabe realmente quiénes son los santos y quiénes los pecadores; las
apariencias engañan. Por otra, todos nosotros, santos y pecadores, somos
pecadores.
En cierta ocasión, un
predicador preguntó a un grupo de niños: «Si todas las buenas personas fueran
blancas y todas las malas personas fueran negras, ¿de qué color seríais
vosotros?».
La pequeña Mary Jane
respondió «Yo, reverendo, tendría la piel a rayas».
Y así tendría
también la piel el Reverendo, y los Mahatmas, y los Papas, y los santos
canonizados.
Un hombre buscaba una
buena iglesia a la que asistir y sucedió que un día entró en una iglesia en la
que toda
la gente y el propio
sacerdote estaban leyendo el libro de oraciones y decían: «Hemos dejado de
hacer cosas que deberíamos haber hecho, y hemos hecho cosas que deberíamos
haber dejado de hacer».
El hombre se sentó
con verdadero alivio en un banco y, tras suspirar profundamente, se dijo a sí
mismo: «¡Gracias a Dios, al fin he encontrado a los míos!».
Los intentos de
nuestras santas gentes por ocultar su piel rayada muchas veces no tienen éxito
y siempre son fraudulentos.
MÚSICA
PARA SORDOS
Yo
antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie y dando toda clase
de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo... hasta que un día oí
la música. Entonces comprendí lo hermosa que era la danza.
Ahora veo la absurda
conducta de los santos.
Pero sé que mi
espíritu está muerto. De manera que suspendo mi juicio hasta que esté vivo. Tal
vez entonces comprenda.
Veo también el
disparatado comportamiento de los que aman. Pero sé que mi corazón está muerto.
De modo que, en lugar
de juzgarlos, he comenzado a orar para que un día mí corazón llegue a vivir.
RICOS
El
marido: «¿Sabes, querida? Voy a trabajar duro y algún día seremos ricos».
La mujer: «Ya somos
ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos
dinero».
EL
PESCADOR SATISFECHO
El rico industrial
del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente
recostado contra su barca y fumando una pipa.
¿Por qué no has
salido a pescar?», le preguntó el industrial.
«Porque ya he pescado
bastante por hoy», respondió el pescador.
«¿Y por qué no pescas
más de lo que necesitas?», insistió el industrial. «¿Y qué iba a hacer con
ello?», preguntó a su vez el pescador.
«Ganarías más
dinero», fue la respuesta. «De ese modo podrías poner un motor a tu barca.
Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías
lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más
peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una
verdadera flota. Entonces serías rico, como yo».
«¿Y qué haría
entonces?», preguntó ' de nuevo el
pescador.
«Podrías sentarte y
disfrutar de la vida», respondió el industrial.
«¿Y qué crees que
estoy haciendo en este preciso momento?», respondió el satisfecho pescador.
Es más acertado
conservar intacta la capacidad de disfrutar que ganar un montón de dinero.
LOS
SIETE TARROS DE ORO
Al pasar un barbero
bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: «¿Te gustaría tener
los siete tarros de oro?». El barbero miró en torno suyo y no vio a
nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: «Sí,
me gustaría mucho». «Entonces ve a tu casa en seguida», dijo la voz,
«y allí los encontrarás».
El barbero fue corriendo
a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos
de oro, excepto uno que sólo estaba medio lleno. Entonces el barbero
no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo.
Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contrario, no sería feliz.
Fundió
todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro.
Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello le exasperó!
Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer
pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera
en el tarro, éste seguía estando medio lleno.
De modo que un día pidió
al Rey que le aumentara su sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó
su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía
cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando obstinadamente
a medio llenar.
El Rey cayó en la cuenta
del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: «¿Qué es
lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho.
Y ahora que te ha sido
doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en
tu poder los siete tarros de oro?». El barbero quedó estupefacto: «¿Quién
os lo ha contado, Majestad?», preguntó.
El Rey se rió. «Es que
es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma ha
ofrecido los siete tarros.
Una vez me los ofreció
a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para
ser, atesorado; y él se esfumó sin decir una palabra. Aquel oro no podía
ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar
cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás
a ser feliz».
|
PARÁBOLA
SOBRE LA VIDA MODERNA
Los animales se
reunieron en asamblea y comenzaron a quejarse de que los humanos no hacían-.
más que quitarles cosas. «Se llevan mi leche», dijo la vaca. «Se llevan mis
huevos», dijo la gallina. «Se llevan mi carne y mi tocino», dijo el cerdo. «Me
persiguen para llevarse mi grasa», dijo la ballena.
Y así sucesivamente.
Por
fin habló el caracol: «Yo tengo algo que les gustaría tener más que cualquier
otra cosa. Algo que ciertamente me arrebatarían si pudieran: TIEMPO».
Tienes todo el tiempo
del mundo. Sólo hace falta que quieras tomártelo. ¿Qué te detiene?
HOFETZ
CHAIM
En el siglo pasado,
un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim.
Y se quedó asombrado
al ver que la casa del rabino consistía sencillamente
en una habitación
atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.
«Rabino, ¿dónde están
tus muebles?» preguntó el turista.
«¿Dónde están los
tuyos?», replicó Hofetz.
«¿Los míos? Pero si
yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso... », dijo el americano.
«Lo
mismo que yo», dijo el rabino.
Cuando alguien
comienza a vivir más y más profundamente, vive también más sencillamente.
Por desgracia, la
vida sencilla no siempre conlleva profundidad.
EL
CIELO Y EL CUERVO
Un cuento del
Bhagawat Purana:
Una vez volaba un
cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne. Otros veinte cuervos
se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad. El cuervo tuvo que acabar
por soltar su presa. Entonces, los que le perseguían le dejaron en paz y
corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.
Y se dijo el cuervo:
«¡Qué tranquilidad ...! Ahora todo el cielo me pertenece».
Decía un monje
Zen: «Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de una visión
sin obstáculos de la luna».
¡QUIÉN PUDIERA ROBAR
LA LUNA...!
El maestro Zen,
Ryokan, llevaba una vida sencillísima en una pequeña cabaña al pie de la
montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la cabaña y
se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.
Cuando regresó
Ryokan, sorprendió al ladrón. «Te has tomado muchas molestias para visitarme»,
le dijo al ratero.
«No deberías
marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis vestidos y
mi manta».
Completamente
desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se largó.
Ryokan se sentó
desnudo y se puso a mirar la luna. «Pobre hombre», pensó para sí mismo, «me
habría gustado poder regalarle la maravillosa lux de la luna».
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EL
DIAMANTE
El sannyasi había llegado
a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche.
De pronto llegó corriendo
hasta él un habitante de la aldea y le dijo: «¡La piedra! ¡La piedra!
¡Dame la piedra preciosa!».
«¿Qué piedra?», preguntó
el sannyasi. «La otra noche se me apareció en sueños el Señor Shiva»,
dijo el aldeano, «y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras
de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa
que me haría rico para siempre». El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo
una piedra. «Probablemente se refería a ésta»; dijo, mientras entregaba
la piedra al aldeano.
«La encontré en un sendero
del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella».
El hombre se quedó mirando
la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el mayor diamante del
mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre. Tomó el diamante
y se marchó.
Pasó la noche dando
vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir.
Al
día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: «Dame
la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante».
|
PEDIR
UN ESPÍRITU CONTENTADIZO
El Señor Vishnú
estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un día se
apareció a él y le dijo: «He decidido concederte las tres cosas que desees
pedirme. Después no volveré a concederte nada más».
Lleno de gozo, el
devoto hizo su primera petición sin pensárselo dos veces. Pidió que muriera su
mujer para poder casarse con una mejor Y su petición fue inmediatamente
atendida.
Pero cuando sus
amigos y parientes se reunieron para el funeral y comenzaron a recordar las
buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que
había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente
ciego a las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan
buena como ella?
De manera que pidió
al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba una petición
que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque esta vez no
tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso
a pedir consejo a los
demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero
¿de qué servía la inmortalidad -le dijeron otros- s: no tenía salud? ¿Y de qué
servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía
amigos?
Pasaban los años y no
podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud, riquezas, poder,
amor...? Al fin suplicó al Señor: «Por favor, aconséjame, lo que debo pedir».
El Señor se rió al
ver los apuros del pobre hombre y le dijo: «Pide ser capaz de contentarte con
todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea».
LA FERIA
MUNDIAL DE LAS RELIGIONES
Mi amigo y yo fuimos
a la feria. LA FERIA MUNDIAL DE LAS RELIGIONES. No era una feria comercial. Era
una feria de la religión. Pero la competencia era tan feroz y la propaganda
igual de estruendosa.
En el «stand» judío
nos dieron unos folletos en los que se decía que Dios se compadecía de todos y
que los judíos eran su pueblo escogido. Los judíos. Ningún otro pueblo era tan
escogido como el pueblo judío.
En el «stand»
musulmán supimos que Dios era misericordioso con todos y que Mahoma era su
único profeta. Que la salvación se obtiene escuchando al único profeta de Dios.
En el «stand» cristiano descubrimos que Dios es Amor y que no hay salvación
fuera de la Iglesia. O se entra en la Iglesia, o se corre el peligro de la
condenación eterna.
Al salir pregunté a
mi amigo: «¿Qué piensas de Dios?». «Que es intolerante, fanático y cruel», me
respondió.
Cuando llegué a casa,
le dije a Dios: «¿Cómo soportas estas cosas, Señor? ¿No ves que han estado
usando mal tu nombre rante siglos?».
Y me dijo Dios:
«Yo no he organizado la feria. Incluso me habría dado vergüenza visitarla».
DISCRIMINACIÓN
Volví inmediatamente
a la feria de la religión. Esta vez escuché un discurso de! sumo sacerdote
de la religión Balakri. Se nos dijo que el profeta Balakri, nacido en
la Tierra Santa de Mesambia en el siglo V, era el Mesías.
Aquella noche volví
a encontrarme con Dios. «¡Oh, Dios! Eres un gran discriminador; ¿o no?
¿Por qué el siglo V tiene que ser el siglo .de la iluminación y por
qué Mesambia tiene que ser la Tierra Santa? ¿Por qué discriminas a otros
siglos y a otras tierras? ¿Qué tiene de malo mi siglo, por ejemplo?
¿O qué tiene de malo mi tierra?».
A lo que respondió Dios:
«Una fiesta es santa porque revela que todos los días del año son santos.
Y un santuario es santo porque revela que todos los lugares están santificados.
Así también, Cristo nació para mostrar que todos los hombres son hijos
de Dios».
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JESÚS
VA AL FÚTBOL
Jesucristo nos dijo
que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis amigos y yo le
llevamos a que viera uno. Fue una feroz batalla entre los 'Punchers'
protestantes y los 'Crusaders' católicos.
Marcaron primero los
'Crusaders'. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire su sombrero.
Después marcaron los 'Punchers'. Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado y
nuevamente voló su sombrero por los aires.
Esto pareció
desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio
una palmada a Jesús
en el hombro y le preguntó: «¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?».
«¿Yo?», respondió
Jesús visiblemente excitado por el juego. «¡Ah!, pues yo no animo a ningún
equipo. Sencillamente disfruto del juego».
El
hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le
susurró: «Humm... ¡un ateo!».
Cuando regresábamos,
le informamos en pocas palabras a Jesús acerca de la situación religiosa del
mundo actual. «Es curioso lo que ocurre con las personas religiosas, Señor», le
decíamos. «Siempre parecen pensar que Dios está de su parte y en contra de los
del otro bando».
Jesús asintió: «Por
eso es por lo que Yo no apoyo a las religiones, sino a las personas», nos dijo.
«Las personas son más importantes que las religiones. El hombre es más
importante que el sábado», «Deberías tener cuidado con lo que dices», le
advirtió muy preocupado uno de nosotros. «Ya fuiste crucificado una vez por
decir cosas parecidas, ¿te acuerdas?». «Sí ...y por personas religiosas
precisamente», respondió Jesús con una irónica sonrisa.
ODIO
RELIGIOSO
Le
decía un turista a su guía: «Tiene usted razón para sentirse orgulloso
de su ciudad. Lo que me ha impresionado especialmente es el número de
iglesias que tiene. Seguramente la gente de aquí debe de amar mucho
al Señor». «Bueno...», replicó cínicamente el guía, «tal vez amen al
Señor, pero de lo que no hay duda es de que se odian a muerte unos a
otros».
Lo cual me recuerda
a aquella niña` a la que preguntaron: «¿Quiénes son los paganos?». Y
ella respondió: «Los paganos son personas que no se pelean por cuestiones
de religión».
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ORACIÓN
OFENSIVA Y DEFENSIVA
El
equipo de fútbol católico se dirigía a jugar un importante partido. Un
periodista subió al mismo tren y entrevistó al entrenador. «Tengo entendido»,
le dijo el periodista, «que llevan con ustedes a un capellán para que rece por
el triunfo del equipo. ¿Tendría usted inconveniente en presentármelo?». «Con
mucho gusto», respondió el entrenador. «¿A cuál de ellos desea conocer: al
capellán ofensivo o al defensivo?».
IDEOLOGÍA
Es abrumador lo que
se puede leer acerca de la crueldad del hombre para con sus semejantes.
He aquí un relato periodístico de la tortura practicada en modernos
campos de concentración.
La víctima es atada
a una silla metálica. Entonces se le administran descargas eléctricas,
cada vez de mayor intensidad, hasta que acaba confesando.
Con la mano ahuecada,
el verdugo golpea una y otra vez a la víctima en el oído, hasta que
el tímpano estalla.
Sujetan
con correas a la víctima a un sillón de dentista. El 'dentista', entonces,
comienza a perforar con el torno, hasta llegar al nervio. Y la perforación
prosigue hasta que la víctima accede a cooperar.
El hombre no es cruel
por naturaleza. Se hace cruel cuando es infeliz... o cuando se entrega
a una ideología.
Una ideología contra
otra; un sistema contra otro; una religión contra otra. Y en medio,
el hombre, que es aplastado.
Los hombres que crucificaron
a Jesús probablemente no eran crueles. Es muy posible que fueran tiernos
maridos y padres cariñosos que llegaron a ser capaces de grandes crueldades
para mantener un sistema, o una ideología, o una religión.
Si las personas religiosas
hubieran seguido siempre el instinto de su corazón, en lugar de seguir
la lógica de su religión, se nos habría ahorrado asistir a espectáculos
como el de la quema de herejes o el de millones de personas inocentes
asesinadas en guerras libradas en nombre de la religión y del mismo
Dios.
Moraleja: Si tienes
que escoger entre el dictado de un corazón compasivo y las exigencias
de una ideología, rechaza la ideología sin dudarlo un momento. La compasión
no tiene ideología.
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CAMBIAR YO PARA QUE
CAMBIE EL MUNDO
El sufí Bayazid dice
acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración
consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas par cambiar el mundo'».
«A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había
pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé
mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar
a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y
a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'».
«Ahora,
que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender
lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor,
dame la gracia de cambiarme a mí mismo'. Si yo hubiera orado de este
modo desde el principio, no habría malgastado mi vida».
Todo el mundo piensa
en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.
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REBELDES
DOMESTICADOS
Era un tipo difícil.
Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros. Todo lo
cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? «¿Quién
puede establecer la diferencia?», nos decíamos. «Y en último término, ¿a quién
le importa?».
De manera que le
socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a los
sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona
con la que se convivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que
hicimos fue enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Le habíamos
hecho manejable y dócil.
Le dijimos que
había aprendido a controlarse a sí mismo y le felicitamos por haberlo
conseguido. Y él mismo empezó a felicitarse también por ello. No podía ver que
éramos nosotros quienes le habíamos conquistado a él.
Un individuo enorme
entró en la abarrotada habitación y gritó: «¿Hay aquí un tipo llamado Murphy?».
Se levantó un hombrecillo y dijo: «Yo soy Murphy».
El inmenso individuo
casi lo mata. Le rompió cinco costillas, le partió la nariz, le puso los ojos
morados y le dejó hecho un guiñapo en el suelo. Después salió pisando fuerte.
Una vez que se hubo
marchado, vimos con asombro cómo el hombrecillo se reía entre dientes. «¡Cómo
he engañado a ese tipo!», dijo suavemente. «¡Yo no soy Murphy! ¡Ja, ja, ja!».
Una sociedad que
domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido su futuro.
LA
OVEJA PERDIDA
Parábola para educadores
religiosos:
Una oveja descubrió
un agujero en la cerca y se escabulló a través de él. Estaba feliz de
haber escapado. Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose.
Entonces se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó
a correr y a correr..., pero el lobo seguía persiguiéndola. Hasta que
llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al
redil.
Y a pesar de que todo
el mundo le instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero
de la cerca.
LA
MANZANA PERFECTA
Apenas había concluido
Nasruddin su alocución cuando un bromista de entre los asistentes le
dijo: «En lugar de tejer teorías espirituales, ¿por qué no nos muestras
algo práctico?».
El pobre Nasruddin quedó
absolutamente perplejo. «¿Qué clase de cosa práctica quieres que te
muestre?», le preguntó. Satisfecho de haber mortificado al mullah y
de causar impresión a los presentes,
el bromista dijo: «Muéstranos,
por ejemplo, una manzana del jardín del Edén».
Nasruddin tomó inmediatamente
una manzana y se la presentó al individuo. «Pero esta manzana», dijo
éste, «está mala por un lado. Seguramente una manzana celestial debería
ser perfecta».
«Es verdad. Una manzana
celestial debería ser perfecta», dijo el mullah. «Pero, dadas tus reales
posibilidades, esto es lo más parecido que jamás podrás tener a una
manzana celestial».
¿Puede un hombre esperar
ver una manzana perfecta con una mirada imperfecta?
¿O detectar la bondad
en los demás cuando su propio corazón es egoísta?
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LA
ESCLAVA
Un rey musulmán se
enamoró locamente de una joven esclava y ordenó que la trasladaran a palacio.
Había proyectado desposarla y hacerla su mujer favorita. Pero, de un modo
misterioso, la joven cayó gravemente enferma el mismo día en que puso sus pies
en el palacio.
Su estado fue
empeorando progresivamente. Se le aplicaron todos los remedios conocidos, pero
sin ningún éxito. Y la pobre muchacha se debatía ahora entre la vida y la
muerte.
Desesperado, el rey
ofreció la mitad de su reino a quien fuera capaz de curarla. Pero nadie
intentaba curar una enfermedad a la que no habían encontrado remedio los
mejores médicos del reino.
Por
fin se presentó un 'hakim' que pidió le dejaran ver a la joven a. solas.
Después de hablar con ella durante una hora, se presentó ante el rey que
aguardaba ansioso su dictamen. «Majestad», dijo el 'hakim', «la verdad es que
tengo un remedio infalible para la muchacha. Y tan seguro estoy de su eficacia
que, si no tuviera éxito, estaría dispuesto a ser decapitado. Ahora bien, el
remedio que propongo se ha de ver que es sumamente doloroso..., pero no para la
muchacha, sino para vos, Majestad».
«Di qué remedio es
ése», gritó el rey, «y le será aplicado, cueste lo que cueste». El 'hakim' miró
compasivamente al rey y le dijo: «La muchacha está enamorada de uno de vuestros
criados. Dadle vuestro permiso para casarse con él y sanará inmediatamente».
¡Pobre rey...!
Deseaba demasiado a la muchacha para dejarla marchar. Pero la amaba demasiado
para dejarla morir.
¡Cuidado con el amor!
Si te aventuras en él, él será para ti la muerte.
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CONFUCIO
EL SABIO
En cierta ocasión le
decía Pu Shang a Confucio: «¿Qué clase de sabio eres tú, que te atreves
a decir que Yen Hui te supera en honradez; que Tuan Mu Tsu es superior
a ti a la hora de explicar las cosas; que Chung Yu es más valeroso que
tú; y que Chuan Sun es más elegante que tú?».
En su ansia por obtener
respuesta, Pu Shang casi se cae de la tarima en la que estaban sentados.
«Si todo eso es cierto», añadió, «entonces, ¿por qué los cuatro son
discípulos tuyos?». Confucio respondió: «Quédate donde estás y te lo
diré. Yen Hui sabe cómo ser honrado, pero no sabe cómo ser flexible.
Tuan Mu Tsu sabe cómo explicar las cosas, pero no sabe dar un simple
'sí' o un 'no' por respuesta. Chung Yu sabe cómo ser valeroso, pero
no sabe ser prudente. Chuan Sun Shih sabe cómo ser elegante, pero no
sabe ser modesto. Por eso los cuatro están contentos de estudiar conmigo».
El musulmán Jalal ud-Din
Rumi dice: «Una mano que está siempre abierta o siempre cerrada es una
mano paralizada. Un pájaro que no puede abrir y cerrar sus alas, jamás
volará».
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¡OH, FELÍZ CULPA!
El
místico judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios. «Recuerda,
Señor», solía decir, «que Tú tienes tanta necesidad de mí como yo de Ti. Si Tú
no existieras, ¿a quién iba yo a orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a
orarte a Ti?».
Me produjo una
enorme alegría pensar que si yo no hubiera pecado, Dios no habría tenido
ocasión de perdonar. También necesita mi pecado. Ciertamente, hay más alegría
en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que
no necesitan arrepentirse.
¡Oh, felíz culpa!
¡Oh, necesario pecado! Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.
EL
COCO
Desde
lo alto de un cocotero, un mono arrojó un coco sobre la cabeza de un sufí. El
hombre lo recogió, bebió el dulce jugo, comió la pulpa y se hizo una escudilla
con la cáscara.
Gracias por
criticarme.
LA
VOZ DEL CANTANTE LLENA LA SALA
Oído a la salida de
un concierto:
«¡Vaya
un cantante! Su voz llenaba la sala». «Es cierto. Varios de nosotros
tuvimos que abandonar la sala para dejarle sitio».
¡Curioso! Pueden ustedes
conservar sus asientos, señoras y señores; la voz del cantante llenará
la sala, pero no ocupará ningún espacio.
* * *
Oído en una sesión de
orientación espiritual:
«¿Cómo puedo amar a
Dios tal como dicen las Escrituras? ¿Cómo puedo darle todo mi corazón?».
«Primero debes vaciar
tu corazón de todas las cosas creadas».
¡Engañoso! No temas
llenar tu corazón con las personas y las cosas que amas, porque el amor
de Dios no ocupará espacio en tu corazón, del mismo modo que la voz
del cantante no ocupa espacio en la sala de conciertos.
* * *
El amor no es como una
hogaza de pan. Si doy un pedazo de la hogaza, me quedará menos pan que
ofrecer a los demás. El amor se parece más al pan eucarístico. Cuando
lo recibo, recibo a Cristo en su totalidad. Pero no por ello recibes
tú menor parte de Cristo; tú también recibes a Cristo entero; y también
el otro; y el de más allá.
Puedes amar a tu madre
con todo tu corazón; y a tu esposa; y a cada uno de tus hijos. Lo asombroso
es que el dar todo tu corazón a una persona no te obliga a dar menos
a otra. Al contrario, cada una de ellas recibe más. Porque si sólo amas
a tu amigo y a nadie más, de hecho lo que le ofreces es un corazón bastante
pobre. Tu amigo saldrá ganando si ofreces también tu corazón a los demás.
Y Dios saldría perdiendo
si insistiera en que le entregaras tu corazón únicamente a El. Regala
tu corazón a otros: a tu familia, a tus amigos... y Dios saldrá ganando
cuando le ofrezcas a El todo tu corazón.
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«GRACIAS» Y «SÍ»
¿Qué significa amar a Dios? A Dios no se le
ama del mismo modo que se ama a las personas a las que uno puede ver, oír y
tocar. Porque Dios no es una persona en el sentido en que nosotros usamos esta
palabra. Dios es el Desconocido. El totalmente Otro. Dios está por encima de
expresiones tales como él o ella, persona o cosa.
Cuando decimos que la
audiencia llena la sala y que la voz del cantante llena también la sala,
estamos empleando la misma palabra para referirnos a dos realidades totalmente
diferentes. Cuando decimos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que
amamos al amigo con todo nuestro corazón, estamos también empleando las mismas
palabras para expresar dos realidades totalmente diferentes. Porque la voz del
cantante en realidad no llena la sala. Y no podemos realmente amar a Dios en el
sentido corriente de la palabra.
Amar a Dios con todo
el corazón significa decir un «Sí» incondicional a la vida y a todo lo que la
vida trae consigo. Aceptar sin reservas todo lo que Dios ha dispuesto con
relación a la propia vida. Tener la actitud que tenía Jesús cuando dijo: «No se
haga mi voluntad, sino la tuya». Amar a Dios con todo el corazón significa
hacer propias las célebres palabras de Dag Hammarskjold:
Por
todo lo que ha sido, gracias. A todo lo que ha de ser, sí.
Esto es lo que
únicamente puede darse a Dios. En este terreno Dios no tiene rival. Y
comprender que en esto consiste amar a Dios significa,. al mismo tiempo,
comprender que amar a Dios no es obstáculo para amar incondicional, tierna y
apasionadamente a los amigos.
La voz del cantante
inunda la sala y sigue en posesión de la misma, prescindiendo de lo atestada de
gente que la sala pueda estar. La presencia de mayor número de gente no es para
ella ningún obstáculo. La única amenaza podría venir de una voz rival que
pretendiera ahogarla. Dios conserva un dominio indiscutible sobre tu corazón,
prescindiendo del número de personas que quepan en él. Tampoco es obstáculo
para Dios la presencia de dichas personas. La única amenaza podría venir de un
intento, por parte de esas personas, de desvirtuar el «sí» incondicional que tú
pronuncias a todos los planes que Dios pueda tener acerca de tu vida.
SIMÓN
PEDRO
Un diálogo tomado del
Evangelio:
«Y vosotros», preguntó
Jesús, «¿quién decís que soy Yo?».
Tomando
la palabra Simón Pedro, respondió: «Tú eres el Mesías,, el Hijo del
Dios vivo». Y Jesús le dijo: «¡Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos!».
Un diálogo de nuestros
días:
Jesús: «Y tú ¿quién
dices que soy Yo?».
Cristiano: «Tú eres
el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús: «Muy bien respondido.
Pero ¡qué pena que lo hayas aprendido de la carne y de la sangre, y
no te lo haya revelado mi Padre que está en los cielos...!».
Cristiano: «Tienes razón,
Señor. He sido engañado. Alguien me dio la respuesta antes de que tu
Padre de los cielos tuviera tiempo de hablar. Y me maravilla la sabiduría
que demostraste al no decir nada a Simón y al dejar que tu Padre hablara
primero».
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LA
MUJER SAMARITANA
La
mujer dejó en el suelo su cántaro de agua y marchó a la ciudad. Y dijo
a la gente: «Venid y veréis al hombre que me ha dicho todo cuanto he
hecho. ¿No será el Mesías?».
Cristiano:
¡Qué lección, la de
la samaritana... No dio respuestas. Se limitó a hacer una pregunta y
a dejar que los demás encontraran la respuesta por sí solos. Y eso que
tuvo que sentir la tentación de dar la respuesta, después de haber oído
de tus propios labios: «Yo soy el Mesías, el que te está hablando».
Y fueron muchos los
que se hicieron discípulos tras escuchar sus palabras. Y le dijeron
a la mujer: «No creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros
mismos le hemos oído a El, y sabemos que El es realmente el Salvador
del mundo».
Cristiano:
Me he contentado con
saber acerca de Ti de segunda mano, Señor. De las Escrituras y de los
santos; de Papas y predicadores... Me habría gustado poderles decir
a todos ellos: «No creo por lo que vosotros habéis dicho, sino porque
yo mismo le he escuchado a El».
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IGNACIO
DE LOYOLA
El místico del siglo
XVI, Ignacio de Loyola. decía de sí mismo que, en el momento de su conversión,
no tuvo a nadie que le .guiara, sino que el Señor en persona le instruyó como
un maestro instruye a un niño. Y al final llegó a decir que, aunque fueran
destruidas todas las Escrituras, él seguiría creyendo lo que las Escrituras
revelan, porque el Señor se lo había revelado a él personalmente
Cristiano:
Yo no he tenido la
misma suerte que Ignacio, Señor. Por desgracia, ha habido demasiadas personas a
las que he podido acudir en busca de orientación. Y ellas me han acosado con
sus constantes enseñanzas, hasta que, debido al estrépito, apenas he podido
escucharte a Ti, por más que me esforzara. Nunca he tenido la fortuna de tener
un conocimiento de Ti de primera mano, porque ellos solían decirme: «Nosotros
somos los únicos maestros que has de tener; quien nos escucha a nosotros a Él
le escucha».
Pero no tengo razón
para echarles la culpa o para lamentar que hayan estado presentes en los
primeros años de mi vida. Es a mí a quien debo culpar. Porque no he tenido la
suficiente firmeza para silenciar sus voces; ni el valor para buscar por mí
mismo; ni la determinación para esperar a que Tú hablaras; ni la fe en que
algún día, en algún lugar, habrías de romper tu silencio y me hablarías.
ÍNDICE
Cómo leer estos cuentos
Advertencia y glosario
Come tú mismo la fruta
Una vital diferencia
El canto del pájaro
El aguijón
El elefante y la rata
La paloma real
El mono que salvó a un pez
Sal y algodón en el río
La búsqueda del asno
La verdadera espiritualidad
El pequeño pez
¿Has oído el canto de ese pájaro?
¡Puedo cortar madera!
Los bambúes
Conciencia constante
La santidad en el instante presente
Las campanas del templo
La Palabra hecha carne
El hombre ídolo
Buscar en lugar equivocado
La pregunta
Fabricantes de etiquetas
La fórmula
El explorador
Tomás de Aquino deja de escribir
El escozor del derviche
Una nota de sabiduría
¿Qué estás diciendo?
El diablo y su amigo
Nasruddin ha muerto
Huesos para probar nuestra fe
Por qué mueren las personas buenas
El maestro no sabe
Mirar a sus ojos
Trigo de las tumbas egipcias
Enmienda las Escrituras
La mujer del ciego
Los profesionales
Los expertos
La sopa de la sopa del ganso
El monstruo del río
La flecha envenenada
El niño deja de llorar
El huevo
Gritar para quedar a salvo... e incólume
Se vende agua del río
La medalla
Nasruddin en China
El gato del gurú
Vestimentas litúrgicas
“Dientes de león”
No cambies
Mi amigo
El catecumeno árabe
Nosotros somos tres, Tú eres tres
La oración puede ser peligrosa
Narada
El destino en una moneda
Pedir la lluvia
El zorro mutilado
El Dios-alimento
Los cinco monjes
Ascender
Diógenes
Levantarse y ser visto
La tienda de la verad
La senda estrecha
El farsante
El contrato soñado
Muy bien, muy bien
Los hjos muertos en sueños
El águila real
El patito
La muñeca de sal
¿Quién soy yo?
El amante hablador
Renunciar al “yo”
Abandona tu nada
El maestro Zen y el cristiano
Consuelo para el demonio
Mejor dormir que murmurar
Elmonje y la mujer
El ataque de corazón espiritual
Conocer a Cristo
La mirada de Jesús
El huevo de oro
La buena noticia
Joneyed y el barbero
El hijo mayor
La religión de la vieja dama
La falta de memoria del amor
El loto
La tortuga
Bayazid quebranta la norma
Gente “a rayas”
Música para sordos
Ricos
El pescador satisfecho
Los siete tarros de oro
Parábola sobre la vida moderna
Hofetz Chaim
El cielo y el cuervo
¿Quién pudiera robar la luna?
El diamante
Pedir un espíritu contentadizo
La feria mundial de las religiones
Discriminación
Jesús va al fútbol
Odio religioso
Oración ofensiva y defensiva
Ideología
Cambiar yo para que cambie el mundo
Rebeldes domesticados
La oveja perdida
La manzana perfecta
La esclava
Confucio el sabio
¡Oh, felíz culpa!
El coco
La voz del cantante llena la sala
“Gracias” y “Sí”
Simón Pedro
La mujer samaritana
Ignacio
de Loyola
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Composición de Marisa Gutiérrez Gutiérrez |
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EL UNICORNIO |
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