Síntesis
del Ramayana
Entre los muchos poemas
épicos o epopeyas con que cuenta la literatura sánscrita sobresalen
por su mérito el Ramayana y el Mahabharata, anteriores y superiores
en originalidad y belleza
a la Ilíada y la Odisea. La lengua sánscrita
con su literatura prosigue interesando a los orienta1istas de Occidente
y a los eruditos de Oriente, aunque hace más de dos mil años que el
sánscrito dejó de ser lengua viva sin perder su carácter de sagrada. El Ramayana y el Mahabharata
describen subalternamente los usos, costumbres, creencias y cultura
de los antiguos arios. El Ramayana puede considerarse
como el monumento más antiguo de la poesía sánscrita, por más que anteriormente
se escribieron los Vedas cuya mayor parte está en forma métrica; pero
en India se diputa el Ramayana por la primera y primitiva producción
poética . El autor del Rámayana
fue Valmiki, sobre cuya vida se forjaron después tantas conjeturas como
sobre Homero y Shakespeare en Occidente, aunque no cabe duda de la autenticidad
de su existencia, si bien muchos versos del poema no sean suyos, sino
interpolaciones que no obstante acrecientan si cabe la poética magnificencia
del poema sin par en la literatura mundial. Había en India un hombre
todavía joven y ya casado que a pesar de ser de robusta y recia complexión
no encontraba trabajo con que mantener a su familia, por lo que en el
extremo de la desesperación se hizo salteador de caminos. Atacaba a los viajeros
y les robaba cuanto de valor llevaban, y con el fruto de los robos mantenía
a sus ancianos padres, a su mujer ya sus hijos, sin que ninguno de ellos
sospechara la siniestra procedencia del dinero. Así sorteaba aquel hombre
la vida, cuando un día pasó por el camino un gran santo llamado Narada,
a quien el salteador le detuvo los pasos para robarle. Pero Narada le preguntó: -¿Por qué quieres robarme?
Es gravísimo pecado robar y asesinar a las gentes. ¿Por qué cometes
tan enorme pecado? El salteador respondió
: -Porque necesito mantener
a mi familia con el dinero que robo. El santo repuso: -¿Crees tú qué tu familia
es partícipe de tu pecado? -Seguramente que sí. - Pues bien; para tenerme
seguro, átame de pies y manos y déjame aquí mientras vas a tu casa y
les preguntas a los tuyos si quieren participar de tu pecado como participan
de tu dinero. El salteador convino
en ello, ató al santo, fue a su casa y le preguntó a su padre: -Padre, ¿sabes cómo
te mantengo? -No lo sé. -Soy un salteador de
caminos que robo a los viandantes y los mato si no se dejan robar . -¡Cómo! ¿Tú haces eso,
hijo mío? ¡Apartate de mí! Eres un paria. El salteador le preguntó
después a su madre: -Madre, ¿sabes cómo
te mantengo? -No lo sé. -Pues con el fruto de
mis robos y asesinatos. -¡Horrible cosa! -Pero, ¿quieres compartir
mi pecado? -¿Por qué habría de
compartirlo? Nunca robé nada a nadie. El salteador le preguntó
después a su esposa: -¿Sabes cómo te mantengo? -No lo sé. -Pues hace tiempo que
soy un salteador de caminos, y quiero saber si estás dispuesta a compartir
mi pecado. -De ningún modo. Eres
mi marido y tienes el deber de mantenerme honradamente. Entonces el salteador
se dió cuenta de la maldad de su conducta, al ver que sus más íntimos
allegados se negaban resueltamente a compartir la responsabilidad de
sus fechorías, y volviendo al paraje donde había dejado al santo Narada
lo desató, refirióle todo cuanto entonces
había hecho, y cayendo compungido a sus pies, exclamó : - ¡Sálvame! ¿Qué debo
hacer? El santo le dijo: -Abandona para siempre
este género de vida, pues ya ves que ninguno de tu familia aprueba lo
que haces y menos te ama al saber quién eres. Participan de tu prosperidad,
pero cuando no tuvieras nada que darles te abandonarían. No quieren
compartir tu mal sino tan sólo aprovecharse de tu bien. Por lo tanto,
adora a Aquel que siempre está a nuestro lado en el mal y en el bien,
que nunca nos abandona, porque el amor no conoce la frialdad, ni la
baratería ni el egoísmo. Después, Narada le enseñó
a adorar a Dios, y aquel hombre, renunciando por completo al mundo,
se retiró a la selva y entregado a la meditación olvidóse enteramente
de su personalidad, de suerte que ni aun se daba cuenta de los hormigueros
abiertos en su derredor. Al cabo de algunos años,
oyó una voz que decía: -¡Levántate, oh sabio! Pero él respondió : -¿Yo sabio? Soy un ladrón. La voz repuso: - Ya no eres salteador
de caminos. Eres un purificado sabio. Borra y olvida tu antiguo nombre.
Ahora, puesto que tu meditación ha sido tan profunda que ni siquiera
notaste los hormigueros que te rodeaban, te llamarás en adelante Valmiki,
que significa “el nacido entre hormigueros”. El un tiempo salteador
de caminos se convirtió en sabio; y un día, cuando iba a bañarse en
el sagrado río Ganges, vió una pareja de palomas que daban vueltas y
revueltas besándose una a otra. Valmiki contemplaba
complacido tan hermoso espectáculo, cuando de pronto, una flecha pasó
silbando junto a su oído y mató al palomo. La paloma, al ver a
su compañero tendido en el suelo sin vida, empezó a dar vueltas en torno
del cadáver con muestras de honda pena. Afligióse Valmiki, y
al tender la vista vió al cazador, y poseído de noble indignación le
apostrofó diciendo : -Eres un miserable sin
asomo de piedad. ¿Ni siquiera el amor ha sido poderoso a detener tu
mortífera mano? Y Valmiki pensó para
sí : -¿Qué es esto? ¿Qué
estoy diciendo? Nunca hablé así hasta ahora. Entonces oyó una voz
que decía: No temas, porque de
tus labios brota la poesía. Escribe la vida de Rama en poético lenguaje
y en beneficio del mundo. Así comenzó la epopeya. El primer verso es un raudal de piedad dimanante de labios de Valmiki.
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El
argumento |
En la provincia de
Oudh, unida hoy administrativamente con la de Agla, subsiste todavía, aunque
medio en ruinas, la antiquísima ciudad de Ayodhya, en otro tiempo uno de los
más potentes centros religiosos de India, y lugar de peregrinación.
Reinaba en Ayodhya
hace ya muchos siglos un rey llamado Dasaratha, quien no había tenido sucesión
de ninguna de sus tres esposas, por lo que como buenos induístas fueron en
peregrinación a varios santuarios y ayunaron en fervorosa súplica de que Dios
les concediera sucesión.
Por fin obtuvieron
respuesta a sus ruegos en cuatro hijos, de los que el mayor fue Rama.
Cual con venía a su
estirpe, los cuatro hermanos recibieron completa educación en todos los ramos
del saber, y para evitar futuras contiendas era costumbre en la antigua India
que el rey asociara a su hijo mayor al gobierno del país, con el título de
Yuvaraja que significa: «el rey joven».
En otra ciudad había
un rey llamado Janaka, quien tenía una ahijada maravillosamente hermosa cuyo
nombre era Sita, a la que habían encontrado recién nacida en un campo, como si
hubiese surgido del seno de la Tierra.
En sánscrito antiguo,
la palabra Sita sig.nifica «surco hecho por el arado» , y en la mitología
indica vemos personajes que sólo tienen padre o madre o nacen sin padre ni
madre del fuego del sacrificio, de un campo, etc., como si cayeran de las
nubes. Todas
esas clases de
nacimientos milagrosos son frecuentísimas en la mitología índica.
Sita, hija de la
Tierra, era como tal pura e inmaculada. La crió el Rey Janaka, quien al llegar
ella a la edad núbil, deseaba encontrarle digno esposo.
Era costumbre en la
antigua India que las princesas reales escogiesen marido. A esta costumbre se
la llamaba Swayamvara; y según su práctica, el padre de la princesa casadera
invitaba a a todos los príncipes del contorno a que acudiesen a la corte,
donde la princesa,
espléndidamente ataviada, guirnalda en mano y precedida por un heraldo que iba
enumerando las prendas, dotes y cualidades de cada pretendiente, pasaba por
delante de ellos y colgaba la guirnalda del cuello del que elegía por marido.
Muchos eran los
príncipes que aspiraban a la mano de Sita, quien había exigido en prueba de
merecimiento, que el predilecto quebrara con sus manos un formidable arco
llamado Haradhana.
Todos los príncipes
fracasaron en el empeño, a pesar de haberse esforzado en lograrlo, menos Rama,
que con graciosa facilidad tomó el potente arco en sus manos y lo quebró en dos
mitades.
Así eligió Sita por
marido a Rama y las bodas se celebraron con pomposa magnificencia.
Rama se llevó a su
esposa a la corte de su padre Dasaratha, quien creyó llegado el momento de
nombrar yuvaraja a su hijo mayor y confiarle el gobierno del país.
En consecuencia,
dispuso Dasaratha todo lo conveniente a la proclamación, y el pueblo entero
acogió entusiastamente la noticia, cuando una doncella de Kaikeyi, la más joven
de las tres esposas de Dasaratha, le recordó a su señora que hacía largo tiempo
que el rey su esposo le había prometido dos cosas en gracia a la mucha que a él
le hiciera, diciéndole:
-Pide dos cosas que
yo pueda otorgarte y te las otorgaré.
La reina Kaikeyi no
pidió por entonces ninguna de ambas cosas a su marido, y había olvidado la
promesa; pero la maligna doncella empezó a socavar el ánimo de la reina,
representándole la injusticia de colocar a Rama en el trono, cuando con sólo
exigir del rey el cumplimiento de su promesa, podría ocupar el trono su propio
hijo; y así fue que la reina Kaikeyi enloqueció de celos.
La taimada doncella
incitó entonces a su ama a que desde luego exigiera del rey la concesión de los
prometidos dones, y uno de ellos había de ser que su hijo Bharata ocupase el
trono, y el otro que condenase a Rama a catorce años de destierro en los
bosques.
Aunque Rama era alma
y vida para el rey Dasaratha, cuando la reina Kaikeyi le exigió el cumplimiento
de su promesa, vióse obligado como rey a no faltar a su palabra, por lo que no
sabía qué hacer.
Pero Rama disipó la
duda ofreciéndose voluntariamente a renunciar al trono y salir desterrado, a
fin de que nadie pudiera acusar a su padre de falsía.
En consecuencia, Rama
se marchó al destierro acompañado de su amante esposa Sita y de su predilecto
hermano Lakshmana, que en modo alguno quiso separarse de él.
Los arios no sabían
quiénes eran los habitantes de los bosques, y así es que en aquel tiempo les
llamaban «monos» ya los más robustos y corpulentos les llamaban «demonios».
A uno de estos
bosques habitados por monos y demonios, tal como denominaban los arias a las
tribus silvanas, fueron a cumplir su destierro Rama, Sita y Lakshmana.
Cuando Sita manifestó
su deseo de acompañar su marido al destierro, le dijo Rama:
-¿Cómo puedes tú, una
princesa, arrostrar las penalidades que me esperan en un bosque lleno de
insospechados peligros?
Pero Sita respondió :
-Doquiera vaya Rama,
irá Sita. ¿Cómo puedes hablarme de principados ni de regias cunas? Iré contigo.
Y con Rama fue Sita,
y también el joven Lakshmana, hermano menor de Rama.
Se internaron en el
bosque hasta llegar a orillas del rio Godavari, donde construyeron unas chozas
y se sustentaron de la caza y de frutos silvestres.
Hacía ya algún tiempo
que allí estaban, cuando un día se presentó una gigantesca demonia, hermana del
gigante rey de Lanka (Ceilán) .
Vagando a capricho
por los bosques, se encontró con Rama, y al verle tan varonil mente hermoso, se
prendó de él con fulminante amor. Pero como Rama, además de casado, era varón
castísimo, no pudo corresponder al amor de la intrusa, quien para vengar tamaño
desaire, volvióse al lado de su hermano y le ponderó sobremanera la encantadora
hermosura de Sita, la esposa de Rama.
Rama aventajaba en
poder a todos los mortales y no había gigante ni demonio, ni quienquiera que
fuese, capaz de vencerle, por lo que el gigante rey de Lanka encomendó a la
astucia lo que sabía que le era imposible conseguir por fuerza.
Así es que recurrió a
las artes de otro gigante, que era mago, quien lo convirtió en un hermoso
ciervo de áureo color, y de esta suerte metamorfoseado, fuése al bosque donde
Rama vivía, y empezó a triscar alrededor de la cabaña, hasta que, fascinada
Sita por la extraordinaria belleza del animal, le dijo a Rama que lo capturase
para ella.
Rama fue en busca del
ciervo, dejando a su hermano Lakshmana el cuidado de Sita; pero Lakshmana
encendió un círculo de fuego al rededor de la cabaña y le dijo a Sita:
-Presiento que te va
a suceder una desgracia; y por tanto, te ruego que no traspongas el círculo
mágico, pues si lo traspones te acarrearás infortunio.
Entre tanto, Rama
había herido al ciervo encantado con una flecha, e inmediatamente se transformó
en figura de hombre y murió el animal.
A este mismo punto,
se oyó en la cabaña la voz de Rama que gritaba :
-¡Oh! Lakhmana, ven
en mi auxilio.
Sita exclamó:
-Ve enseguida,
Lakshmana, en ayuda de Rama.
Lakshmana repuso:
-Esta voz no es la de
Rama.
Sin embargo tanto
suplicó Sita, que Lakshmana salió en busca de Rama.
Tan pronto como
estuvo lejos, se presentó junto al círculo mágico, frente a la puerta de la
choza, el rey gigante, en figura de monje mendicante que pidió limosna.
Sita le dijo: -
Espera un poco a que vuelva mi marido y te daré abundante limosna.
El falso mendigo
repuso:
-No puedo esperar,
bondadosa señora, porque estoy hambriento. Dame lo que tengas.
Sita fue entonces por
algunas frutas para echárselas al mendicante; pero ella persuadió a que ella
misma le diera la limosna, pues nada había de temer de él, que era un santo
varón.
Así fue que Sita.
transpuso el círculo mágico para darle las frutas al mendicante, quien al punto
asumió su gigantesca forma y arrebatando entre sus brazos a Sita la puso en su
carro encantado y huyó velozmente con su codiciada presa.
La infeliz Sita,
deshecha en llanto, no tuvo quien la protegiese .en aquella soledad; pero se le
ocurrió la idea de ir arrojando de trecho en trecho del camino los adornos de
sus brazos.
El rey gigante,
raptor de Sita, se llamaba Ravana, y se la llevó a Lanka, su reino, hoy isla de
Ceilán. Llegados a la corte, le propuso Ravana a Sita que consintiera en ser su
esposa y reina del país; pero ella, que era la castidad personificada, no quiso
ni siquiera escuchar las palabras de Ravana, quien para castigarla la obligó a
permanecer día y noche cabe un árbol hasta que consintiese en ser su esposa.
Cuando al regresar
Rama y Lakshmana a la cabaña, notaron la desaparición de Sita, no tuvo límites
su desconsuelo, pues no acertaban a imaginar qué había sido de ella.
Los dos hermanos
salieron en busca de Sita y aunque exploraron todo el bosque no hallaron huella
de su paso.
Después de mucho
buscar dieron con un grupo de monos capitaneados por Hanuman, el «mono divino»,
el mejor de los monos, que solícitamente se puso desde luego al servicio de
Rama, y enterado del caso, le dijo que habían visto atravesar los aires un
carro en el que iba
sentado un demonio con una hermosísima mujer, amargamente llorosa, quien al
pasar el carro sobre sus cabezas, les había arrojado un brazalete para
llamarles la atención.
Enseguida le
enseñaron el brazalete, y al examinarlo Lakshmana no lo reconoció, porque en la
antigua India, la esposa del hermano mayor estaba tan reverenciada por su
cuñados, que Lakshmana nunca se había atrevido a posar la vista en los brazos
de Sita; pero Rama reconoció al instante el brazalete de su esposa.
Los monos le dijeron
a Rama quién era y donde vivía aquel rey gigante, y todos fueron en su busca.
El rey de los monos
se llamaba Bali, pero le había usurpado el trono su hermano menor Sugriva. En
esta lucha, Rama ayudó a Bali a recobrar la corona, y él en recompensa prometió
auxiliar a Rama en la empresa de recobrar a Sita.. Sin embargo, aunque
reconocieron todo el país no la encontraron.
Por fin, el divino
mono pasó de un enorme salto de las costas de India a las de Ceilán, y estuvo
buscando a Sita. por toda la isla sin encontrarla,
Ravana había vencido
a los dioses y a los hombres, al mundo entero, y raptado todas las mujeres
hermosas, de las que había hecho sus concubinas; y así fue que Hanuman
reflexionó y se dijo :
-Sita no puede estar
con las concubinas en palacio. Hubiera preferido la muerte a la deshonra.
En consecuencia,
prosiguió sus pesquisas, y al fin encontró a Sita. sobre el árbol donde Ravana
la relegara. Estaba pálida y delgada como la luna nueva al trasponer el
horizonte. Hanuman asumió entonces la figura de un mono pequeño, y aposentado
en el ramaje del
árbol, vió como la gigante hermana de Ravana venía con encargo de él para
atemorizar a Sita y forzarla a someterse; pero la casta esposa no quería ni oír
hablar del rey gigante.
Cuando se marchó la
hermana de Ravana, acercóse Hanuman a Sita, le enseñó el brazalete que Rama le
había dado para atestiguar su identidad, y le dijo cómo su marido le había
comisionado para buscarla, y en cuanto Rama supiera donde estaba, vendría con
un poderoso ejército para vencer al gigante y rescatarla.
Sin embargo, añadió
que si ella quería, podría tomarla en brazos y de un salto atravesar el océano
y devolverla a Rama; pero Sita, como era la misma castidad, rechazó aquella
insinuación, porque deliberadamente no quería tocar ni que la tocase otro
hombre que su marido. Así es que Sita permaneció donde estaba, y después de
darle a Hanuman una joya desprendida de sus cabellos para que se la entregara a
Rama, despidióse de ella
el divino mono y se
volvió a su país.
Enterado Rama por
Hanuman de cuanto le había sucedido a Sita, reunió un ejército de monos, con el
que llegó al punto más meridional de la isla, donde los monos tendieron un
puente llamado Setu-Bandha, entre la India y Ceilán. Todavía hoy es posible en
la marea baja pasar a pie enjuto de una a otra costa.
Para construir el
puente arrancaron los monos de cuajo varias colinas, las asentaron en el mar y
las cubrieron con piedras y troncos de árbol. Una ardilla daba vueltas y
revueltas en la arena hasta llenarse de ella la cola y el cuerpo. Después se
paseaba de
arriba abajo por el
puente sacudiéndose la arena, y de este modo contribuía con muchos granos de
arena a la construcción del puente de Rama.
Los monos se reían y
burlaban de la ardilla al verla revolcarse en la arena y sacudirse después en
el puente, pues su labor era insignificante en comparación de la de ellos, que
aportaban colinas enteras, dilatados bosque y enormes cargas de arena.
Pero Rama les dijo :
-Bienaventurada esta
ardilla, porque hace su labor con toda habilidad de que es capaz, y por tanto
es tan grande como el mayor de vosotros.
Enseguida tocó
suavemente a la ardilla en la espalda y por esto se ve hasta hoy en la espalda
de las ardillas, la marca longitudinal de los dedos de Rama.
Terminado el puente,
el ejército de monos al mando de Rama y Lakshmana invadió la isla de Ceilán.
Durante algunos meses guerrearon en sangrientas batallas contra las huestes de
Ravana que al fin fue vencido y muerto. Los vencedores se apoderaron
de todos sus palacios
que eran de oro macizo. Rama los cedió a Vibhishana, hermano menor de de Ravana,
y lo sentó en el trono, en recompensa de los valiosos servicios que le había
prestado durante la guerra.
Rama y Sita con su
séquito resolvieron salir de Ceilán y regresar a India; pero antes quisieron
las gentes que Sita atestiguase haber permanecido pura mientras estuvo en poder
de Ravana.
Rama les dijo :
-Pero ¿qué pruebas ni
qué testimonio queréis, si es Sita la castidad personificada?
-No importa. Queremos
la prueba.
En consecuencia,
encendieron una hoguera sacrificial en la que se había de arrojar Sita con la
esperanza de que el fuego no la abrasase si había permanecido pura.
Rama se angustió en
ext1-emo, creyendo irremisiblemente perdida a Sita; pero en aquel mismo
instante apareció el dios del fuego que llevaba sobre su cabeza un trono en el
que estaba sentada Sita.
Todos quedaron
satisfechos del feliz resultado de la prueba. De regreso en el bosque, recibió
Rama la visita de su hermano Bharata, quien le notificó la muerte del viejo rey
Dasaratha, y que él no se había atrevido ocupar un trono que no le correspondía
de derecho, y en consecuencia había colocado en el trono los zapatos de Rama en
señal de respeto.
Entonces Rama volvió
a la capital y con beneplácito del pueblo fue rey de Ayodhya y prestó los
acostumbrados juramentos que en tiempos antiguos prestaban los reyes en
beneficio de su pueblo, pues el rey era esclavo de su pueblo y había de
inclinarse
ante la pública
opinión.
Después de pasar Ráma
algunos años en la dichosa compañía de Sita, las gentes levantaron el rumor de
que la reina había sido raptada en otro tiempo por un demonio que se la llevó
allende el océano. No se conformó el pueblo con la sufrida prueba del fuego y
exigió otra más concluyente, o de lo contrario que se la desterrase del reino.
Para satisfacer las
demandas del pueblo, decretó Rama el destierro de su esposa, que se fue a vivir
en el mismo bosque donde estaba la ermita del sabio y poeta Valmiki, quien
encontró a la infeliz Sita llorosa y abatida, y enterado de lo ocurrido la
albergó en su ermita, donde al poco tiempo dió a luz dos gemelos.
Andando el tiempo, el
rey Rama hubo de celebrar un solemne sacrificio, según costumbre de los reyes;
pero como en India no permiten los Shastras que un hombre casado celebre una
ceremonia religiosa sin la compañía de su esposa, de su sahadharmini o
correligionaria, y Sita estaba desterrada, el pueblo le pidió a Rama que
volviera a casarse, pero él, por primera vez en su vida, se opuso a la voluntad
del pueblo y dijo:
-Esto no puede ser.
Sita es mi vida.
En consecuencia, a
fin de que se pudiese celebrar la ceremonia, mandó construir el rey una áurea
estatua de Sita, y dispuso que se ornamentara un escenario en el lugar del
sacrificio, para intensificar el sentimiento religioso, por medio de una
representación dramática.
Por entonces ya eran
los gemelos de Sita, llamados Lava y Kusha, dos gallardos donceles a quienes
había educado Valmiki en la vida de brahmacharin sin revelarles su origen.
Durante aquel período
había compuesto Valmiki la epopeya de la vida de Rama, con música a propósito
para cantarla en rapsodias, y enterado del festival que iba a celebrarse en
Ayodhya, se fue a la ciudad con sus dos discípulos, los desconocidos hijos
de Rama y Sita,
quienes bajo la dirección de su maestro cantaron en el escenario la vida de
Rama, con tan sorprendente habilidad que fascinaron a los espectadores
presididos por el rey, sus hermanos y los magnates de la corte.
Cuando llegaron los
cantores al pasaje en que el poema describe el destierro de Sita, conmovióse
profundamente Rama, y Valmiki le dijo:
-No te aflijas,
porque vas a ver a tu esposa.
Y Sita apareció
entonces en el escenario, inundando de júbilo el corazón de Rama.
Pero el pueblo clamó
a vez en grito:
- ¡La prueba! ¡La
prueba!
Tan hondamente
afectada quedó Sita por aquel reiterado recelo del pueblo acerca de su
reputación, que impetró de los dioses el fehaciente testimonio de su inocencia.
En aquel momento se
abrió la tierra y Sita desapareció en su seno exclamando:
-¡Esta es la prueba!
Arrepintióse el
pueblo ante tan trágico desenlace, y Rama no pudo dar tregua a su dolor, hasta
que a los pocos días llegó un mensajero de los dioses para decirle que
terminada su misión en la tierra había de volver al cielo.
Este mensaje movió a
Rama al reconocimiento de su verdadero ser, y arrojándose a las aguas del río
Savayu (hoy Gogra) que que bañaba su capital, se reunió con Sita, en el otro
mundo.
Rama y Sita son los
ideales de la nación aria. Se considera a Rama como una encarnación de la
Divinidad, y a Sita como dechado de castidad conyugal.
Todas las doncellas
adoran con profunda devoción a Sita, y el supremo anhelo de toda mujer es
parecerse a Sita, la pura, la abnegada y paciente.
Los monos no son,
como muchos orientalistas occidentales se figuran, los cuadrúmanos a que dan
dicho nombre los naturalistas, sino el apelativo dado en aquel tiempo por los
arios a las tribus autóctonas de India, así como los demonios no son los
malignos espíritus a que se da tal nombre en Occidente, sino los reyezuelos o
caciques de las tribus o los reyes de países extraños; pero unos y otros son
seres humanos.
Al estudiar el
carácter de los protagonistas del Ramayana, se advierte cuán distinto del de
Occidente es el ideal ético de India.
El Occidente dice:
«Manifestad vuestro poder en las obras». India dice: «Manifestad vuestro poder
en el sufrimiento».
Y para India es Sita.
el ideal del sufrimiento.
El Occidente ha
resuelto el problema de cuán mucho puede hacer el hombre.
India ha resuelto el
problema de cuán poco puede hacer el hombre.
Los dos extremos.
Sita es el símbolo de
India; la India idealizada. No importa saber si fue Sita un personaje real, si
la epopeya es o no es histórica, pues lo que importa es el ideal simbolizado en
Sita.
Ningún purana ha
descrito tan acabadamente la índole de la raza aria ni ha penetrado tan
hondamente en la vida índica ni ni está tan en la sangre de la nación como el
ideal simbolizado por Sita, cuyo nombre equivale en India a todo lo bueno, puro
y santo, a cuanto constituye la noble feminidad.
Si un brahmán ha de
bendecir a una mujer le dice: Sé como Sita. Si bendice a una niña la exhorta a
que sea como Sita.
Niñas y mujeres son
hijas de Sita., la paciente, la abnegada, la fidelísima, la siempre casta
esposa.
En medio de las
penalidades que soporta, no sale de sus labios ni una queja ni un lamento
contra Rama.
Considera el
sufrimiento como un deber y resignadamente lo cumple. No se rebela, y aunque
afligida y llorosa, sobrelleva la horrible injusticia de su destierro. Es el
ideal de India.
Dice el señor Buda :
“Cuando alguien os
daña y en venganza le dañáis, no por ello remediáis el primer daño sino que
agraváis la maldad del mundo.”
Sita era por
naturaleza genuina india. Nunca devolvió mal por mal.
¿Quién acertará a
decir si es más noble ideal la aparente fuerza y poderío material de los
occidentales o la fortaleza y aguante en el sufrimiento de los orientales?
Dice Occidente:
«Nosotros aminoramos el mal por vencimiento».
Dice India: «Nosotros
destruímos el mal por sufrimiento, hasta que se convierte en gozo».
Ambos son nobles
ideales; pero ¿quién sabe cuál de ambas actitudes será la más beneficiosa para
la humanidad? , ¿quién sabe cuál de las dos vencerá y desarmará a la
animalidad? ¿Será el combate o el sufrimiento?
Entre tanto, no
tratemos de menoscabar ni uno ni otro ideal, pues ambos pro penden al mismo fin
de extirpar al mal. Que Occidente siga su método y Oriente seguirá el suyo. En
modo alguno aconsejaré a Occidente que se porte como India. El fin el mismo
aunque los medios
sean distintos.